Podríamos definir el sentimiento de inadecuación o de “no saber encajar” como un síntoma típico de la neurosis; uno de esos lastres universales, tan humanos como el hablar y que sólo están ausentes cuando son negados. Algunos vínculos humanos que se apoyan en la empatía y la confraternidad, ocurran en el momento de la vida en que ocurran, pueden dar lugar a la bendición de sobrellevar este sentimiento de una manera más amable y armoniosa. Es lo que busca transmitir el film “About a Boy”, basado en la novela homónima del gran escritor inglés Nick Hornby.
En el presente artículo, presentamos los aspectos centrales que, en el plano de lo psicológico, ofrece este film que si bien puede parecer a prima facie un tanto “pochoclero”, nos pone en contacto, a través de sus entrañables personajes, con un rico entramado de situaciones y relaciones humanas muy representativo de los tiempos que vivimos.
Introducción
¿Qué es un buen film para un aficionado, es decir, para alguien que disfruta del arte cinematográfico sin conocer demasiado los detalles técnicos o artísticos que hacen a una producción de alta calidad? De manera muy esquemática, un buen film se caracteriza por la conjunción de:
- Una buena historia (con personajes interesantes, conmovedores unidos por una relación significativa). En este punto se destaca la función del escritor. El film que analizamos es la adaptación de una novela de Nick Hornby, reconocido escritor inglés que ha sido autor de grandes obras literarias y guiones cinematográficos como: Alta fidelidad (2000), Enseñanza de Vida (2009) y Brooklyn: un nuevo hogar (2015).
- Bien narrada, es decir, transmitida de una manera entrañable, cercana y que facilite la posibilidad de vernos, en mayor o menor medida, representados con los personajes y con la trama en cuestión. Aquí, sobresale la tarea del director.
- Bien musicalizada. En concordancia con esa capacidad que tiene la música de transmitir emociones de corazón a corazón, las bandas sonoras memorables pueden añadir gran significancia al clima que predomina en los vaivenes de la historia.
- Por último, una buena película ha de estar bien actuada. Así se trate de una comedia, de un drama, de un thriller (el género cinematográfico es algo que en muchos grandes films no es fácilmente discernible: ¿será esto un espejo de la misma vida?) los actores deben ser capaces, en su interpretación, de “llevarnos” a ese punto difuso en que la ficción se entrelaza de manera indistinguible con la vida real, conmoviéndonos aunque en el fondo sepamos que sólo se trata de un “juego” (nótese que en inglés, jugar y actuar se definen con una misma palabra).[1]
Quizá podríamos añadir a esta lista otros componentes: la fotografía, los paisajes, los diálogos, etc. En definitiva, creo que coincidiremos en el hecho de que la confluencia simultánea de las variables que componen a un buen film (que son múltiples y responden a un entramado de circunstancias -muchas veces inconscientes- azaroso y complejo) es algo que no sucede con demasiada frecuencia.
He hecho esta introducción para decir que About a boy me parece un gran film no sólo en cuanto a lo artístico, a lo estético y a su capacidad de entretener sino a todo lo que contiene de auténtico respecto de ciertas verdades humanas que, en tanto solemos reprimir, nos reconforta reencontrar “allí afuera”, en la pantalla cinematográfica. A mi parecer, éste es uno de esos films con los que uno, necesariamente, dialoga. Es muy difícil no sentirse interpelado y en posición de responder ante muchas de las temáticas que plantea.
About a boy no ha sido demasiado aclamada por la crítica ni ha recibido grandes galardones, lo que nos lleva a preguntarnos si, quizás, no ha sido tomada lo suficientemente en serio. Sugiero que tomemos este hecho como un estímulo adicional para recuperar, en su sentido más profundo, el valor de aquello que nos intenta transmitir.
Algo de qué hablar…
Freud estableció la asociación libre como la regla psicoanalítica fundamental, prínceps del tratamiento y de la cura de las neurosis. Sin implicar con ello que el trabajo psicoanalítico finaliza allí, deseo reivindicar la importancia de este hecho advertido por Freud: al hablar la historia transcurre; a partir de contar lo que nos sucede, tenemos la firme impresión, fundada en la vivencia, de que ésta no ha acabado de ocurrir, de que aún estamos a tiempo de revertir las cosas o, cuando menos, de mejorarlas; de que lo que nos sucede, por más grave que parezca, no es “para tanto…”; que encerrarnos y guardar todo adentro siempre empeora la situación.
Something to talk about (Algo de qué hablar) es la pista principal de la banda sonora de About a boy. Esta canción suena al comienzo y en el cierre, lo que nos indica que su título alude al argumento central del film: la importancia de tenernos en cuenta en nuestra relación con los otros. La banda sonora, interpretada por el emblemático músico inglés Badly Drawn Boy, acompaña de gran manera la calidez del film. Sus composiciones se distinguen por la presencia de instrumentos acústicos y arreglos sutiles que van a tono con la ronca imperfección en la voz del cantante, todo lo cual contribuye a generar un clima de introspección.
En una sociedad fragmentada, conformada por innumerables “islas”, el individualismo malsano se afirma como un mal endémico que se esparce de maneras no siempre perceptibles, empobreciendo nuestras vidas. Desde esta locura colectiva, mi semejante puede convertirse en un rival, un competidor o en una potencial amenaza, cuando no en alguien capaz de transmitirme algo “malo” -como un virus-; alguien de quien defenderme y a quien tengo el derecho de atacar en cuanto tenga la oportunidad…
Resulta cuando menos revulsivo, en este contexto, apostar justamente por lo contrario: “una persona no es una isla”, una persona proviene de otras personas y, para realizarse, necesita hacerlo entre otros por quienes se sienta acompañado y con quienes sienta afinidad. Si decimos, con Racker [2], que el principio psicoanalítico es el conócete a ti mismo socrático, hallamos implícita en dicha sentencia que la única posibilidad real de encontrarse a uno mismo aparece en la interacción, en el contacto con los otros, hecho que otorga a la psicoterapia psicoanalítica su fundamento y sentido.
El saber que establece que sólo se puede ser entre otros- es un saber -como el inconsciente según Freud- atemporal, que no tiene edad, y que se encuentra más ligado a la sensibilidad y a la intuición que al entendimiento racional. Quizás ello explique que, como bien queda expresado en el film, un niño y un adulto que experimentan realidades en apariencia tan disímiles puedan entenderse tan bien.
En efecto, si miramos con atención, todos los protagonistas de la historia constituyen, en cierta forma, un síntoma de la alocada época en que vivimos. Sin embargo, algunas circunstancias azarosas acompañadas de buenas decisiones (pues, como dice el refrán, “a la suerte hay que acompañarla”) van logrando, poco a poco, sacarlos del encierro al cual parecían destinados.
En todas las edades de nuestra vida podemos atravesar adversidades y desencuentros en el trato con los seres que conforman nuestro entorno y con el para qué de nuestra vida. De cómo seamos capaces de lidiar con estas tormentas dependerá, en gran medida, cómo nos sentiremos con respecto a nosotros mismos y con la vida que hacemos. Ahora bien, para sobrellevarlas y atravesarlas, es crucial que ambos –tú y yo- estemos dispuestos a aceptar que nos hacemos falta.
Will
Will es un solterón egoísta y frívolo de casi cuarenta años. Se centra sólo en sí mismo, no le interesa el amor, formar una familia ni acercarse a nada ni a nadie que lo “ate” de ninguna manera. Desde su cómodo apartamento en las afueras de Londres, se aferra a la ilusión de que puede vivir la vida siendo una isla “cool” como Ibiza, esto es, gozando de los “beneficios” que las relaciones humanas le proporcionan hasta el mínimo nivel imprescindible. Ni bien éstas se tornan significativas o exigen de su parte alguna responsabilidad devienen intolerables, algo de lo que se le vuelve imperioso huir.[3]
Al comienzo del film, observamos a Will haciendo alarde de su capacidad para manipular y celebrando como un triunfo cada vez que se sale con la suya. Mide sus palabras de la manera exacta para que “suenen suaves y ganadoras” y se dedica a tejer artimañas para mantener relaciones sexuales ocasionales con mujeres de mediana edad y madres solteras.
Como en el fondo Will es una buena persona, su fobia a las relaciones de pareja no impide que, de cuándo en cuándo, las mujeres con quienes vive un romance se involucren afectivamente con él y luego queden devastadas por el abandono. En una de las tantas rupturas que propició, con esa elocuencia y precisión que son tan típicas en la lengua inglesa, una de sus ex novias lo definió como un: “self-centered bastard” y otra como un “useless, superficial loser…” [4]
Según nos cuenta, su padre era un compositor musical que estuvo bastante ausente durante su infancia. Hace algunas décadas, este hombre creó un hit navideño tan exitoso y conocido que proporcionó regalías suficientes para asegurar la subsistencia de varias generaciones después de él. Luego de este golpe de suerte no logró componer nada igualmente reconocido hecho que, según la interpretación de Will, tuvo directa relación con su desenlace funesto, entregado a la bebida y preso de una profunda depresión.
En tanto vive “de arriba”, tiene la vida miserable de quien nunca ha tenido que hacer nada para ganársela. Will se avergüenza de su situación, pero no renuncia a las regalías que le aseguran una subsistencia sin sobresaltos y sin las comodidades a las que se ha habituado. Tampoco lo vemos hacer nada para desarrollarse y obtener ingresos a partir de una actividad propia. Uno podría conjeturar que ese dinero, en parte mal habido, lo hace sentir culpable y le da una falsa sensación de prosperidad.
Él siente su vida como un drama pero en las pocas oportunidades en que logra abrirse a los demás y contar lo que siente, no lo toman demasiado en serio. Así pues, como un símbolo de su historia no elaborada, la pegadiza melodía del villancico que –según él cree- marcó su vida, lo asedia durante las horas vacías que transcurre en el supermercado al igual que cada vez que conoce a alguien con la esperanza de que la relación vaya hacia alguna parte.
En un intento desesperado para que su vida se le vuelva un poco más llevadera, Will divide su día de manera obsesiva en unidades de tiempo que va llenando con actividades superficiales y solitarias como mirar programas de preguntas y respuestas, beber cerveza o cortarse el pelo. Así, sin obras, sin trabajo, sin un para qué vivir, su vida se vacía de sentido. En tanto nunca se ha interesado por nada ni por nadie, teme –con razón- no ser lo suficientemente interesante para nadie.
Su única relación estable es la que mantiene con un pez al que alimenta a diario. Podríamos suponer que esto no es casual y de que ambos, Will y el pez, comparten la experiencia de vivir aislados e incomunicados en una “pecera”: un hábitat que no sienten como propio y que, definitivamente, no es el que la naturaleza había prefigurado para ellos.
Will se encuentra, en esta etapa de su vida, con una contradicción insostenible: por una parte, se muestra al mundo como un ganador, como alguien envidiable (“-Yo no quería nada acerca de nada ni de nadie y sabía que eso me garantizaba una vida larga y sin presiones”); se ha “vendido” a sí mismo la ilusión de que tiene todo lo que necesita para vivir bien y que a cualquiera le gustaría estar en sus zapatos, pero esta ilusión está a punto de caerse a pedazos. Como esas bromas amargas que juega el destino, su supuesta vida de ensueño comienza a revelársele como una auténtica pesadilla.
Marcus y Fiona
Marcus es un muchacho solitario e introspectivo que está entrando en la adolescencia. Con características que nos recuerdan a Tommi (personaje principal del film Libero -2006- de Kim Rossi Stewart) Marcus da la impresión de ser un jovencito a quien las circunstancias de la vida han obligado a crecer de golpe. No tiene más de doce años pero es una persona sumamente atenta y sensible al mundo que lo rodea, con una capacidad asombrosa para percibir las dificultades de su entorno.
Ya que el objetivo principal de este artículo es abordar el sentimiento de inadecuación, cabe destacar lo siguiente: si bien este sentimiento se halla presente, aunque de distinta manera, en los tres personajes centrales de la historia, es Marcus -el menor de ellos- el primero en hacerlo consciente lo cual abona la principal hipótesis respecto del porqué del título del film.
Marcus siente que no encaja en la escuela, pero tampoco en la casa. Al narrar su historia nos cuenta su idea de que “hay gente que la pasa bien…yo no soy uno de ellos”. Sus padres se han divorciado y él convive con su madre, Fiona, una mujer de mediana edad que trabaja como musicoterapeuta.
Fiona da la apariencia de ser una mujer creativa y entusiasta pero desordenada, impulsiva y con un aspecto desarreglado. Desde que su matrimonio se ha roto y se ha visto a sí misma en posición de a criar a Marcus como madre divorciada, no ha podido rehacer su vida afectiva y siente que sus sueños se desvanecen. Se siente incapacitada para hacer frente a la vida y, atrapada en un bucle melancólico del que no logra salir, se pasa el día llorando sin consuelo. Marcus contempla estas escenas –que se vuelven cada vez más frecuentes- oscilando entre la confusión (“teníamos todo lo que necesitábamos”) y la impotencia de no saber cómo ayudarla.
Fiona se presenta a sí misma como una outsider, una excluida del sistema y una activista en su contra. Quizás para compensar el rechazo del que se siente objeto y para resarcirse del mal que siente que la vida le ha hecho, Fiona tiene actitudes cuestionables para con su entorno más cercano, en especial para con Marcus que la llevan –aun siendo una buena persona y amando a su hijo- a ejercer de manera irresponsable su rol de madre.
Fiona vive en eterna protesta, como si la vida le hubiera puesto delante el rol de madre antes de que ella se hallara del todo resuelta a abandonar su posición de hija. En este sentido, el intento de suicidio es sólo el corolario de esta actitud estragante y extorsiva que parece ser una constante en ella. Antes de ello, Fiona tiene conductas que avergüenzan sobremanera a Marcus, como cuando se despide de él diciéndole “te amo” frente a sus compañeros de escuela, o cuando instala en su hijo una corrosiva desconfianza apoyada en la idea de que los grupos humanos son rebaños y que él no debe comportarse como una oveja.
Así, sus tendencias ideológicas altruistas y nobles (haciéndose vegetariana y prohibiéndole a rajatabla a su hijo que coma las hamburguesas de McDonald´s o las golosinas de chocolate que tanto le gustan) se revelan como la precaria fachada de arraigadas mociones sádicas y vengativas que ocasionan más daño del bien que propician.
Marcus va a la escuela con todos estos conflictos a cuestas para enfrentarse con una situación igualmente amarga. Con ese aire sombrío y preocupado de quien debe atender a cuestiones que están muy por encima de las posibilidades y preocupaciones que debería tener un niño, se convierte para sus compañeros en el portador de una especie de mal que – particularmente en esta etapa de la vida, en la cual todo es divertirse y pasarla bien- resulta inaceptable.
Por su tendencia a aislarse, sus compañeros lo tildan de “raro” y lo maltratan a diario. Él sobrelleva este hecho con estoicismo y sin lamentos pero también con cierto aire de renuncia, como si se sintiera absolutamente inerme frente a una realidad que se le impone como inconmovible.
Acerca del sentimiento de inadecuación
Marcus tiene la sensación de que lo que le sucede no le importa a nadie, de que no tiene con quién compartirlo; nadie se encuentra disponible para escucharlo. La madre, que lo quiere bien, no está – seguramente a causa de sus propias dificultades- en condiciones de acompañarlo y guiarlo como él siente que necesita. Del padre no sabemos demasiado, pero no da la impresión de ser alguien que esté en las mejores condiciones para ayudarlo. Y Marcus se da cuenta de la complejidad de su situación: resumiendo de manera brillante la triada edípica establecida por Freud como constitutiva de la subjetividad humana, expresa: “dos no son suficientes, se necesitan por lo menos tres”.
No es casual que Marcus y Will se conozcan uno de los tantos días en que, según uno puede imaginar, Fiona se quita a Marcus de encima y lo deja al cuidado de Rosie, una amiga de confianza. Will, que había entrado en contacto con Rosie en un grupo de padres al que asistía por una paternidad inventada -como todo en su vida-, no tenía ese día otro propósito que “saltar encima de Rosie” de modo que la presencia de Marcus se presenta inicialmente, cuando menos, como una molestia. Pero un hecho fortuito desvía el curso previsto de los acontecimientos.
Aburrido y sin nada que hacer, sin nadie de su edad con quien jugar o hablar, Marcus se dispone a darle de comer a los patos que nadan en el lago. Para ello sólo tiene una hogaza de pan horneado por su madre quien, al parecer, no es muy buena cocinera. Dada la consistencia rocosa del pan casero, Marcus se las ve en figuritas para cortar un trocito. Resignado y frustrado termina arrojando la hogaza entera al agua con tanta mala suerte que, en forma accidental, mata a uno de los patos del lago. Cuando esto le está por traer problemas con el guardaparques, Will interviene para salvar el pellejo del niño.
Uno podría decir, y no estaría equivocado, que Will en ese momento no está verdaderamente interesado en ayudar a Marcus; que lo único que tiene en mente cuando interviene es evitar disturbios a fin de lograr su cometido: acostarse con Rosie. Por otra parte, las artes de las que se sirve para ayudar a Marcus tampoco son las más nobles: una vez más, logra salirse con la suya a partir de su extraordinaria capacidad para improvisar mentiras.
Ahora bien, la interpretación que parece hacer Marcus del incidente del parque es la siguiente: “-No tenía por qué ayudarme ¡y lo hizo!”. A partir de este “gesto espontáneo” (Winnicott) Marcus siente algo que es absolutamente novedoso para él: lo que le sucede le importa a alguien. Como dice la esperanzadora canción del músico argentino Charly García: “Alguien en el mundo piensa en mí”. Como es de esperar, este hecho lo hace sentir acompañado y lo tranquiliza.
Una segunda lectura acerca de la escena del parque, que no descarta la anterior sino que la enriquece, sería la siguiente: a partir de su intervención con el guardaparques (superyó) Will exculpa a Marcus de un crimen que éste, inconscientemente, siente que ha cometido. Así, los sentimientos de ambivalencia de Marcus hacia su madre quedan desanudados del intento de suicidio de ésta, lo cual produce un alivio en sus intensos sentimientos de culpa.
– Estás ocupado… ¿viendo televisión?
El día del picnic concluye de manera fatídica: cuando Will y Rosie llevan a Marcus de regreso a su casa, se encuentran con que Fiona ha intentado suicidarse. Marcus transita esta situación sin demasiada sorpresa y con entereza al mismo tiempo que acompaña, resignado, la recuperación de su madre. En el momento cuando se entera de que Fiona está en condiciones de regresar del hospital, se ocupa diligentemente de poner la casa en orden como si fuera el adulto de la casa y su función, la de cuidar de un niño.
A pesar de la alegría que le produce el hecho de que el desenlace no haya sido aún peor, la situación –como es de esperar- no le resulta cómoda. En la convivencia entre ellos surge una tensión nueva, llena de reproches y reclamos cruzados. En Marcus, se suma a esta situación compleja la fantasía insoportable de que el horror vivido ese día se repita y, con él, los sentimientos de culpa por no evitarlo.
En este contexto, como quien busca una bocanada de aire fresco, Marcus comienza a visitar de manera periódica a Will quien, a regañadientes, le abre la puerta de su casa y luego, de su corazón. Así, crecerá entre ellos una amistad a partir de la cual se ayudarán el uno al otro. Resulta interesante analizar cómo surge esta amistad y cómo se va retroalimentando de manera virtuosa.
Con frecuencia y tal vez desde nuestros núcleos más inmaduros asociamos la crítica al rechazo, a la posibilidad atemorizante de perder la aprobación de los demás. Pero si lo pensamos más fríamente: ¿Cómo seríamos capaces de crecer si no a partir de nuestros errores? ¿Y cómo seríamos capaces de advertir que estamos equivocados sin otros que nos ayuden a advertirlo?
Es esto, precisamente, lo que le empieza a ocurrir a Will a partir de su relación con Marcus. Se da cuenta de su mentira porque alguien se la señala, porque hay alguien a quien le interesa lo suficiente como para no dejársela pasar. Entramos al tema de la crítica como indisoluble del amor, de la significancia afectiva.
Marcus es el primero que, de algún modo, “deschava” a Will, le “saca la careta”. Lo confronta con el hecho de que ese gran relato de “ser Ibiza” como algo muy “cool”, como suele decirse, no se lo cree ni él. En realidad su vida es triste, vacía, solitaria y detrás de todo lo que ostenta como bienes y hábitos de una buena vida no hay nada más que el profundo miedo a que alguien le haga falta, y a hacerle falta a alguien.
Tal vez Will se encuentra con la guardia baja, tal vez nunca imaginó que un niño sería capaz de semejante nivel de sagacidad, tal vez Marcus sencillamente “dio en la tecla”, en ese punto donde, confrontados con nuestros temores más profundos, se vuelve inútil defendernos. O quizás los cuarenta años de vida lo encuentran en un punto en el que, desgastado, ha claudicado su denodado esfuerzo por negar la realidad.
Pero me parece que en la intervención de Marcus hay algo todavía más fundamental, algo que en tanto psicoanalistas hemos de tener presente en el ejercicio de nuestra labor y que, en definitiva, es lo que impide que Will se defienda una vez más como lo ha hecho a lo largo de toda su vida: Marcus lo comprende sin juzgarlo, puede ver lo bueno que hay en él. Como le dirá más tarde: -“No pareces malo…has mentido pero pareces una buena persona.”
Una vez que ha sido confrontado tan crudamente con su situación, a Will le “cae la ficha”. No volverá a ser el mismo a partir de entonces. Ya no podrá hacer de cuenta que es una isla, y aprenderá en carne propia eso de que, como expresa más tarde en relación a los sentimientos que le despierta Rachel, “una vez que le abres la puerta a alguien, cualquiera puede entrar.”
La canción de la banda sonora Have you fed the fish? (¿Le has dado de comer al pez?) pareciera hacer referencia a Will e ilustra de manera precisa su sentir en este momento de su crisis vital. De dicha canción destacan dos frases: “las llaves de tu corazón abren la puerta del mundo”; “A veces debes rebobinar para poder avanzar”. Angustiado, conmovido pero también entusiasmado con la idea de no tener que vivir escondiéndose, aliviado por haber sido aceptado aun con lo que él creía que eran sus flaquezas más oscuras e inadmisibles, Will empieza a buscar la manera de encaminarse en su vida de una manera más saludable.
Will ayuda a Marcus
A partir de la relación que establece con Marcus, a Will parece despertársele algo que se hallaba dormido en él, en estado de latencia. En función de la gratitud que siente hacia Marcus, Will empieza a percibir la importancia y el valor de dar. Una parte central de su crecimiento personal estará, a partir de entonces, en su deseo de ayudar a su amigo, algo que irá logrando en mayor o menor medida y que, también para Marcus constituirá un punto bisagra, como puede apreciarse en la siguiente escena:
El hábito de Marcus de aparecerse en lo de Will después de la escuela se iba revelando poco a poco como un intento desesperado de huir del drama que estaba viviendo en su casa. En uno de esos encuentros, Marcus se encuentra pensativo, como “ido”. Luego de que Will le pregunte cómo se siente, Marcus le confiesa que no hay un solo día que no piense en lo que su madre hizo.
En ese momento, Will exclama –desde lo más profundo de sus entrañas- una grosería llena de rabia e impotencia. Al lanzar al aire este improperio una voz en off nos indica que se sintió un estúpido y se reprochó no haber hecho lo suficiente por su amigo: – ¿Cómo puede ser – se pregunta- que con la trascendencia de lo que le acababa de contar su amigo, a él no se le hubiera ocurrido nada mejor para decirle? [5]
Pero cuando Marcus siente que Will se encuentra conmovido por lo que le sucede, su pesar encuentra alivio inmediato. Podríamos decir que Will aparece allí como el “personaje inesperado” en la trama que el psicoanalista, desde su lugar y su función, ha de encarnar para el paciente. En efecto, Marcus nos comenta que cuando escuchó a Will insultar al aire y lo vio conmovido, eso le hizo sentir “que no era tan patético de tener miedo”. Y será, fundamentalmente, a partir de la empatía – “porque una vez fue un niño”– que Will encontrará las herramientas necesarias para interpretar los deseos y las necesidades de Marcus.
Desde una lectura superficial, Will se comporta en un punto como el tío simpático que le regala ropa y música de moda a su sobrino, pero me parece que su intervención opera en un sentido mucho más profundo. Mediante sus actos, Will ayuda a que Marcus se abra paso en la adolescencia y en la sexualidad de una manera menos dramática integrándose con otros que, como él, transitan por las turbulencias emocionales que son propias de esta etapa de la vida.
El rapero del momento que insulta y que profiere obscenidades (“sacude tu trasero”) funciona como un puente que logra poner palabra en un mundo interior que hasta entonces se hallaba tan convulsionado como silenciado. Como hemos señalado anteriormente, Marcus vivía su crecimiento mortificado a causa de la idea de “dejar sola a la madre” y es probable que la posición masoquista que había adoptado en su relación con los compañeros de la escuela constituía para él, inconscientemente, un merecido castigo apoyado en la fantasía de ser un mal hijo.
Una pesada obligación
El diccionario de psicoanálisis de Laplanche y Pontalis define la compulsión a la repetición como un “proceso incoercible y de origen inconsciente, en virtud del cual el sujeto se sitúa activamente en situaciones penosas, repitiendo así experiencias antiguas, sin recordar el prototipo de ellas, sino al contrario, con la impresión muy viva de que se trata de algo plenamente motivado en lo actual”. [6] El mito de Sísifo quizás constituya la representación mitológica más cercana a esta tendencia neurótica por excelencia.
En su diccionario, Pierre Grimal nos dice que Sísifo es “el más astuto de los mortales y el menos escrupuloso” y que “toda su leyenda comprende varios episodios, cada uno de los cuales es la historia de una astucia”. La historia cuenta que luego de una de las argucias que pergeñaba tan a menudo para obtener algún beneficio, Sísifo quiso burlar a Zeus, ganándose la cólera del señor de los dioses. Por ello, “Zeus lo fulminó y lo precipitó en los Infiernos, condenándolo a empujar eternamente una roca enorme hasta lo alto de una pendiente. Apenas la roca llegaba a la cumbre, volvía a caer, impelida por su propio peso, y Sísifo tenía que empezar de nuevo”. [7]
Este sentimiento de afrontar la vida como un penoso castigo que se repite día a día de manera idéntica tiene una relación directa con lo que, en el campo de las neurosis, identificamos como la constitución de un superyó inmaduro. Sin profundizar en los pormenores que hacen al funcionamiento de este modo de sentir y de obrar –tema por demás complejo que excede el propósito de este trabajo- nos limitaremos a decir que esta problemática está muy bien retratada en los tres protagonistas del film.
Marcus, por ejemplo, lejos de tener en cuenta a la escuela como ese lugar en el cual le sería posible aprender, desarrollarse, socializarse, sentirse integrado y compensar de alguna manera ciertas angustias domésticas que se le presentan como inevitables, lo ve como un pesado lastre, una actividad que le proporciona un sufrimiento insoportable y con el que debe cargar a diario, sin poder cambiarlo.
Es como si operara en él, a nivel de lo inconsciente, una tergiversación en la valoración de las situaciones que debe afrontar: lo verdaderamente inevitable es la depresión de su madre y en su esfuerzo desmesurado por salvarla –para encontrarse a la altura de ese ideal insalubre que le exige “ser un buen hijo” a toda costa- hace que se prive de la posibilidad de encontrar gratificaciones significativas para su vida allí donde sí podría obtenerlas.
En cuanto a lo que dice Marcus acerca de que “si hay gente que la pasa bien, él no es uno de ellos” tomemos en cuenta el siguiente fragmento de Chiozza correspondiente a Las cosas de la vida: “El sentimiento de que la verdadera vida se encuentra en otra parte nace, muchas veces, como la envidia, de proyectar sobre los otros un goce imaginario. La felicidad se piensa de ese modo, como una especie de holograma esquivo, inaferrable, que se dibuja con la proyección invertida de nuestro malestar.” [8]
A Will le sucede algo similar con respecto a lo que él llama “ir al continente”. Para él, “salir” constituye una tortura y relacionarse con los demás, un penoso trabajo que llega a sentir como una amenaza. Así pues, desde su solitaria guarida se defiende de una situación que vive como angustiante y perturbadora. Lejos está de poder ver en los otros, en el “afuera” una puerta de salida a su abrumadora desolación. Más bien al contrario: lo que ve es la sombra de la repetición, la idea de que no será comprendido ni aceptado.
En el caso de Will la relación con los ideales no aparece con tanta claridad pero sí sabemos algo: entre todos los bienes que ostenta su elegante vivienda, puede verse en un rincón una hermosa guitarra eléctrica abandonada. ¿Quizás en algún momento Will tuvo la expectativa de reivindicar el sueño frustrado de su padre de llegar a ser un músico exitoso? No lo sabemos. Por supuesto, en caso de que ese hubiera sido un legítimo deseo, Will no parece haber tenido la paciencia, la dedicación o el empeño para asumirlo e ir a por su realización.
Para Fiona, la “pesada carga” aparece –en el nivel de lo manifiesto- en la responsabilidad de afrontar su maternidad en solitario. Al buscar romper sus lazos con la vida incurre en un crimen del que se siente culpable y que la hace sentir –como ella misma lo expresa- “una mala madre”. Este sentimiento de estar en falta, anterior al intento de suicidio, luego de este episodio no hace más que agravarse: en su extravío, Fiona pierde el rumbo, desconoce el amor que siente por su hijo así como el hecho de que todo lo bueno que él encarna y el estrecho vínculo que los une es algo que ella ha sido capaz de construir.
Tal vez añorando un pasado que hoy echa en falta –pero que en su momento dudosamente haya sido tan idílico- vive melancólicamente detenida en su fracaso matrimonial y siente, tal vez, que el divorcio en esta etapa de la vida equivale a la condena a estar sola por el resto de sus días. Su razonamiento pareciera indicarle que nadie aceptará una mujer como ella, con carácter complicado, de escasos recursos, entrada en años y con un hijo a cargo.
En resumen: cada uno de los protagonistas siente como una pesada obligación lo que es el producto de arraigados malentendidos inconscientes. Así, los tres terminan naturalizando y considerando irreversibles situaciones que dependen de ellos y que podrían modificar al tiempo que se empecinan obstinadamente en lograr lo inalcanzable, de modo que su frustración pareciera estar garantizada a priori. La queja neurótica repite, en este sentido, la parábola de la canción de Eduardo Falú según la cual el protagonista “le pide al viento, firmeza y al río, que vuelva atrás”.
Conclusión: los límites del yo
Retomando la idea central de que “ningún hombre es una isla” deseo concluir este artículo refiriéndome a los límites del yo en relación a cuatro posibles acepciones de esta cuestión que están presentes a lo largo del film:
- Los límites de lo que yo puedo hacer para ayudarte, así como de lo que tú puedes hacer para ayudarme.
En tanto cada sujeto sabe -y nadie podría saberlo mejor- qué es lo que le hace bien y qué es lo que le hace mal, cada uno tiene la responsabilidad de hacerse cargo de su vida y de cuidar-se (curar-se) por lo cual, siempre hay un punto de imposible cuando de ayudar al otro se trata. Solamente seré, quizás, capaz de ayudarte si renuncio a mi ilusión omnipotente de que te quiero o te puedo salvar.
Éste parece ser el malentendido crucial en el que incurren Marcus y Fiona quienes viven, en el vínculo enfermizo que los une, una utopía devenida en distopía. Parafraseando a Ortega, uno podría decir que ambos están padeciendo el castigo de vivir en el paraíso que alguna vez soñaron. Sus deseos edípicos inconscientes de quitar al padre de en medio, una vez que se han materializado, se alejan ostensiblemente de la bienaventuranza imaginada.
En su desesperación por ayudar a su madre, Marcus sostiene de manera bastante ingenua la fantasía de que, cantando, logrará “llenar de alegría su corazón” y está dispuesto a humillarse frente a todo el colegio para lograrlo, negando la gravedad de la patología de Fiona.[9] El comportamiento de Fiona opera en espejo: ella sigue tratando a su hijo preadolescente como si fuera un niño de cinco años. Le indica con quién relacionarse, cómo alimentarse y oscila sin escalas de la sobreprotección más extrema (esto se observa, por ejemplo, cuando –equivocadamente- piensa mal de Will y se pone en posición de “defenderlo” de él) al abandono, la desidia y a querer quitárselo de encima como si fuera un lastre.
- La toma de consciencia del hecho de que tú no eres solamente tú así como yo no soy solamente yo. De esta manera, no hay un ´nosotros´ posible sin que cada uno de nosotros tenga en cuenta a los ´otros´ que forman parte de la vida de cada uno.
La segunda acepción aparece de manera muy clara cuando ambos, tanto Marcus como Will, se resisten al impulso de acusar o juzgar a Fiona por lo que hizo. En este punto, ambos protagonistas se ayudan mutuamente a moderarse, a controlarse y parecen haber adquirido consciencia de que hay ciertas verdades que a veces es mejor callar a riesgo de ocasionar un daño que sólo empeoraría las cosas. [17]
A partir de determinado momento, ellos han conformado un grupo y deben ser capaces de advertir que lo que se hagan entre ellos se lo estarán haciendo a sí mismos. Así, queda definido un punto de no retorno en la entrañable amistad que han entablado. En otra escena, hacia el final del film, Will menciona el intento de suicidio de Fiona al frente de sus compañeras de yoga. Ésta le reprocha su comportamiento y lo tilda de indiscreto, agregando que su salud no es asunto de él sino que “se trata de algo personal” a lo cual Will responde que – “No lo es. ¡A Marcus le importas tú y a mí me importa Marcus!”
- Yo soy un poco tú, del mismo modo que tú eres un poco yo. Esto se asocia de manera directa con el punto número 1: no resuelvo nada sacrificándome por ti porque cuando me hago daño a mí, también te hago daño a ti.
Esta idea establece que cuando un vínculo funciona de manera auténtica y virtuosa, ninguno los participantes sigue siendo el mismo que era antes del vínculo. Porchia señala, en una de sus Voces, “Cuando me hiciste otro, te dejé conmigo”. Hacia el final del film, Will se sorprende del grado de implicación que había desarrollado a partir de su encuentro con Rachel, situación que lo estremecía y lo inquietaba, pero que a la vez lo hacía sentir lleno de entusiasmo. Allí, Will afirma que “ésta, definitivamente, no era vida de isla…” y se pregunta, sorprendido: – “¿¡Me estaba convirtiendo en Marcus!?”
- Las limitaciones del yo para comprenderse a sí mismo. En tanto yo no me puedo conocer a mí mismo, necesito de ti.
Todos los protagonistas de la historia no sólo están pidiendo ayuda a gritos –en tanto sienten que no pueden solos- sino que son capaces de revisar sus acciones, meditarlas y rectificarlas. En la escena del restaurante, Will llega al punto de agredir a Fiona de manera vehemente (cuando la llama “-¡Hippie de mierda!”). No sólo Marcus se siente cuidado por este gesto sino que Fiona, lejos de ofenderse, toma consciencia del amor con que esas palabras –en apariencia muy agresivas- son proferidas.
Lejos de afirmar su “yo” de manera testaruda, los protagonistas buscan un camino de autenticidad, de humildad y son capaces de tener en cuenta que la verdadera tragedia que amarga la vida y la vuelve ruin no ocurre cuando nos equivocamos sino cuando, desde nuestra omnipotencia y supuesta “independencia” hacemos prevalecer la voluntad de tener la razón a cualquier precio por sobre la enriquecedora experiencia de convivir.
[1] Cuando un actor hace un buen papel en general lo re-cordamos (lo llevamos en nuestro corazón) como “el o la que hizo de….en….”; otras veces decimos que a cierto actor o actriz ese papel le “queda pintado” o parece “haber sido escrito para él/ella”, lo cual pone de relieve el peso real que tiene la ficción cuando logra conmover.
[2] Racker. H.(1958) Introducción a la Técnica Psicoanalítica en Estudios sobre técnica psicoanalítica. p.36.
[3] El término “cool” –que Will utiliza para definirse a sí mismo- es muy utilizado en la lengua inglesa. En un nivel manifiesto alude a alguien “canchero”, que vive en “onda” y que sobrelleva sin demasiada dificultad las vicisitudes de la vida. Pero también lo podemos asociar a cierta frialdad en las emociones, a la tendencia de no quedar “pegado” con nada. Se podría decir que alguien “cool” es alguien a quien nada “le calienta” demasiado, que vive entre el frío del desapego más absoluto (pues socialmente es alguien bien desenvuelto) y el calor de un vínculo auténtico, real.
[4] Expresiones que podrían traducirse como: “bastardo egoísta” y “perdedor superficial e inservible”.
[5] Cabe preguntarnos cuántas veces, desde el lugar de psicoanalistas, sentimos –al igual que Will- que lo único que pensamos en decir para aliviar una situación trágica es una tontería omitiendo, en ese autorreproche, la significancia implícita en nuestra disposición para acompañar al paciente en su dolor.
[6] Laplanche / Pontalis. (1996) Diccionario de Psicoanálisis, p.68.
[7] Grimal, P. (1951). Diccionario de Mitología Griega y Romana. p.485.
[8] Chiozza, L. (2005). Las cosas de la vida, p. 289.
[9] Hay una relación significante interesante entre el “suicidio social” (así lo expresa Will) de cantar solo frente a toda la escuela –la canción escogida se titula nada menos que matándome suavemente– y el intento de suicidio efectivamente perpetrado por Fiona, como si con su presentación heroica y solitaria Marcus quisiera imprimirle un sesgo romántico a la melancolía de la madre.
La lectura que hace Will de este hecho es, a mi entender, correcta: cantar frente a toda la escuela no es algo particularmente constructivo para Marcus; no es una manera de “expresar sus sentimientos” sino un acto destinado a exponer públicamente y de manera innecesaria una situación patológica que requiere de otra solución. Ahora bien, Marcus no opina igual o bien aún no está preparado para aceptar la interpretación de Will. Siente que lo tiene que hacer, cree que es lo único que puede hacer y está dispuesto a hacerlo soportando las consecuencias. Por último, resulta conmovedora la reacción de Will quien, aun sin estar de acuerdo con Marcus, acompaña a su amigo de todos modos, haciéndole “la segunda”.
[10] En una de estas escenas, cuando Will está a punto de hacer mención al hecho, Marcus exclama “- Cowabunga!” con el fin de desviar la atención y en la otra, cuando es Marcus quien está por salirse de sus cabales, Will cambia el tema de conversación.
POR GUILLERMO MIATELLO*
* PSICÓLOGO COLEGIADO EN EL COLEGIO OFICIAL DE PSICÓLOGOS DE MADRID M-36994
GRADO EN PSICOLOGÍA UNED (ESPAÑA)
LICENCIATURA EN PSICOLOGÍA (U.N.C., CÓRDOBA, ARGENTINA)
MAGISTER EN PSICOANÁLISIS (U.B.A., BUENOS AIRES, ARGENTINA)
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