PRINCIPIOS Y VALORES INSTITUCIONALES
El Centro de Estudios Freudianos apoya su estructura institucional sobre tres pilares. En primer lugar, los hechos de la vida anímica inconsciente descubiertos por Freud. Entre las tantas cualidades salientes del creador del psicoanálisis destacan su erudición, su inteligencia, su sensibilidad y su espíritu aventurero como claves en la gesta de haber sistematizado y dotado de rigor científico a una serie de ideas que se encontraban presentes -aunque todavía bajo la forma de hipótesis preliminares- en otros ámbitos del saber humano como la filosofía, la literatura y la mitología.
Hasta Freud los síntomas, los sueños, los olvidos y los equívocos no ocupaban (“a pesar de existir”, como decía Charcot) un lugar relevante para la ciencia. Sólo a partir de la intervención del médico vienés, se comenzó a considerar lo anímico como determinado por fuerzas ocultas, desconocidas para el yo, que tienen un fuerte ligamen con la sexualidad; y a los síntomas neuróticos como construcciones dotadas de un sentido que era pasible de ser descifrado.
Freud aportó a la humanidad la tesis fundamental de que un determinismo rige lo anímico, hecho del cual se desprende que el padecimiento psíquico y corporal (constituyentes de una misma realidad percibida desde diferentes ángulos) se encuentran determinados por aspectos de la personalidad ajenos a la razón consciente. “El yo no es amo en su propia casa”: sobre el supuesto del inconsciente Freud fundó el psicoanálisis como parte de la psicología e instituyó las bases de la terapia psicoanalítica como método para el tratamiento de las afecciones neuróticas.
El segundo pilar de nuestro “trípode” se relaciona con el método de trabajo. Nos referimos, en este sentido, tanto al método de investigación como al método de tratamiento. Desde la perspectiva de Freud, el esclarecimiento y la comprensión de los conflictos reprimidos que se ubican en la base del padecimiento, coinciden con el alivio y la consecuente cura. Esta afirmación es válida tanto en el plano individual/subjetivo como en el plano social/colectivo. Podríamos citar, en esta línea, la célebre frase pronunciada por el ex presidente argentino Nicolás Avellaneda: “los pueblos que desconocen su historia están condenados a repetirla”.
A la hora de hablar del método, un concepto central es el de encuadre o setting. Por encuadre entendemos una serie de reglas preestablecidas que regulan la relación entre analista y analizado a fin de que el campo de observación e intervención se encuentre lo más limpio y ordenado posible, es decir, libre de “contaminaciones” que perturben la tarea y las metas planteadas. Nos referimos, más específicamente, a una serie de requisitos que orientan la práctica psicoanalítica tales como: la asociación libre (regla fundamental) por parte del paciente y su contrapartida, la atención flotante, por parte del psicoanalista; la regla de abstinencia; el uso del diván; las consideraciones acerca de la duración del tratamiento y la frecuencia de las sesiones; el manejo de los honorarios y otras varias recomendaciones recogidas y transmitidas por Freud a lo largo de su experiencia en el ejercicio de la psicoterapia. El método psicoanalítico tiene como corolario la interpretación y la construcción, dos modalidades de intervención propuestas por Freud, mediante las cuales se procura hacer consciente lo inconsciente.
En Contribución a la historia del Movimiento Psicoanalítico, Freud afirma que la doctrina de la represión es la “pieza fundamental” sobre la que descansa todo el edificio del psicoanálisis. Esto equivale a decir –a grandes rasgos- que es lo negado (aunque efectivamente acaecido o fantaseado) de la propia historia aquello que, en última instancia, aprisiona a una persona en la repetición y el sufrimiento que la enfermedad le impone. Así pues, en su trabajo interpretativo destinado a esclarecer los afectos rechazados y a favorecer que el paciente entre en contacto con éstos, Freud refiere haberse topado con dos fenómenos: la resistencia y la transferencia, par dialéctico que constituye el tercer y último pilar de nuestro “trípode”. “La teoría psicoanalítica es un intento por comprender dos experiencias que, de modo llamativo e inesperado, se obtienen en los ensayos por reconducir a fuentes biográficas los síntomas patológicos de un neurótico: el hecho de la transferencia y el de la resistencia. Cualquier línea de investigación que admita estos dos hechos y los tome como punto de partida de su trabajo tiene derecho a llamarse psicoanálisis, aunque llegue a resultados diversos de los míos”.
Según Freud, los síntomas neuróticos “sólo pueden ser disueltos a la elevada temperatura de la transferencia”. La palabra “objetiva”, emitida desde el lugar frío y distante del médico imparcial carece por completo de eficacia terapéutica. Para curar, la palabra del psicoanalista ha de estar dotada de la significancia afectiva que la transferencia le confiere. Ahora bien, cuando la transferencia, operando de manera exitosa, consigue “hacer presente al enemigo” (la única manera de combatirlo es hacerlo presente) todos los polos del conflicto anímico se hacen presentes. También se actualizan los motivos que, originariamente, esforzaron a determinadas mociones pulsionales al desalojo. Así pues, la transferencia (en tanto reedición desplazada de los conflictos pretéritos sobre la figura actual del psicoanalista) y la resistencia (en tanto actualización del proceso represivo originario que derivó en la enfermedad) constituyen dos caras de una misma moneda: la re-vivencia, en el aquí y ahora de la situación analítica, de un drama sempiterno que podríamos definir, junto a Lacan, como “el mito individual del neurótico”.
Sobre la dinámica que transcurre entre estos dos vectores (transferencia-resistencia) Freud sitúa un proceso elaborativo cuyo fin denominó de diferentes maneras a lo largo de su obra: “hacer consciente lo inconsciente”, “superar las resistencias”, “llenar las lagunas mnémicas”, “transformar la repetición en recuerdo”, “interpretar la transferencia”, “restituir la unidad psíquica” o lograr que “allí donde ello era, advenga el yo”, todas definiciones que –aunque con diferentes matices – se orientan en una misma dirección: mediante la intervención de ese personaje inesperado que es el psicoanalista – se busca operar una resignificación de la historia subjetiva que permita trascender esa “rueda de Ixión” que es la repetición neurótica y que le imprime un tono demoníaco y fatal al destino de una persona.