Sigmund Freud y Joseph Wortis: un psicoanálisis que no fue

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Entre octubre de 1934 y enero de 1935, Sigmund Freud recibió en su consulta a Joseph Wortis, un joven y talentoso psiquiatra estadounidense respaldado por influyentes figuras culturales, tales como el destacado médico británico Havelock Ellis y el psiquiatra suizo Adolf Meyer. A pesar de las elevadas expectativas que rodeaban a Wortis, el análisis con Freud puede describirse, sin temor a exagerar, como un rotundo fracaso.

Sin embargo, un argumento de peso hace que la lectura de este libro sea imperdible, aunque prácticamente imposible de conseguir en idioma español, ya que la única edición traducida, publicada hace más de 40 años, se encuentra descatalogada y fuera de circulación. El testimonio del análisis de Wortis nos pone en contacto con el Freud clínico hacia el final de su vida y nos muestra cómo el maestro sostiene firmemente su posición ética y su actitud analítica incluso en las situaciones más adversas y con los casos más difíciles.

Se trata de un caso ejemplar, no tanto por los avances logrados con el paciente, sino por lo que nos transmite acerca de la función que Lacan define como deseo del psicoanalista.

Sigmund Freud y Joseph Wortis: algunos datos de contexto

Joseph Wortis nació en 1906 en Nueva York, en el barrio de Brooklyn, en medio de un entorno de intelectuales judíos y socialistas. Su padre era un inmigrante ruso, y su madre tenía raíces francesas. Desde temprana edad, se involucró en la izquierda política y fue miembro del Partido Comunista de los Estados Unidos durante un tiempo. En 1927, a los 21 años, realizó su primer viaje a Europa, durante el cual visitó a Havelock Ellis, quien desempeñaría un papel significativo en su vida.

En 1932, cautivado por la personalidad de Sigmund Freud, le escribió una carta expresando su deseo de conocerlo, pero añadiendo con humor que no quería abusar de su tiempo. Freud le respondió de manera amigable, agradeciéndole sus palabras y su disposición a renunciar a la visita.

Un año después, mientras realizaba una pasantía en el Bellevue Psychiatric Hospital bajo la dirección de Paul Schilder, Wortis recibió una carta de Ellis que le ofrecía una beca para trabajar en una investigación sobre la homosexualidad, proyecto respaldado por Adolf Meyer. Wortis deseaba prepararse primero en el campo de la psiquiatría en general antes de dedicarse a estudios especiales por lo que decidió viajar a Viena para conocer a Freud, quien le expresó que la única forma de “aprender psicoanálisis” era llevando adelante un análisis personal él mismo.

A pesar de las advertencias de Ellis en contra de esta idea, Wortis decidió embarcarse en un análisis con Freud, un paso que finalmente se vería obstaculizado por las intensas resistencias y los arraigados rasgos de carácter de Wortis que se manifestaron durante el proceso: conversaciones intrascendentes, enfrentamientos intelectuales  y desafíos constantes hacia la figura de Freud erosionaron la relación de transferencia negativa. Al finalizar esta experiencia, Wortis se alejó del psicoanálisis con sentimientos de resentimiento y animosidad.

En 1935, Wortis introdujo el método del “shock hipoglicémico” en el tratamiento de la esquizofrenia en los Estados Unidos, un método desarrollado por el médico austríaco Manfred Sakel. Siempre comprometido con la extrema izquierda, apoyó a los republicanos durante la Guerra Civil Española y se unió a la Benjamin Rush Society, una asociación de psiquiatras marxistas creada en 1944. En ese contexto, participó en la campaña antifreudiana del movimiento comunista internacional, denunciando el psicoanálisis como una “ciencia burguesa”.

En 1950, tras un viaje a Rusia, publicó el primer estudio serio y documentado sobre la psiquiatría soviética. Cuatro años más tarde, escribió su relato sobre su análisis con Freud, que tuvo un relativo éxito. En una entrevista con Todd Dufresne poco antes de su muerte, Wortis nuevamente manifestó su “fanático antifreudismo”, demostrando en cierta forma hasta qué punto la figura de Freud se había convertido para él en una suerte de obsesión a lo largo de su vida.

Sin deseo no se llega a ninguna parte…

Para comprender por qué Freud se dispuso a participar de semejante “experimento” es importante considerar que en esa etapa de su carrera, el maestro prefería colaborar con discípulos que, a causa de su valía, le eran recomendados a tratar pacientes comunes. Además, el tema de la homosexualidad revestía un fuerte interés tanto para Freud como para la doctrina psicoanalítica en su conjunto.

Ante la solicitud de análisis de Wortis, Freud se contactó con Havelock Ellis, quien formaba parte del grupo de patrocinadores de Wortis, para comunicarle que estaría dispuesto a dedicar una hora diaria de su agenda a la atención de Wortis durante los siguientes cuatro meses, siempre y cuando los patrocinadores se hicieran cargo de sus honorarios que, como bien sabemos, no eran insignificantes.

En la fecha de la primera consulta, aún no se había recibido una respuesta de parte de los patrocinadores que confirmara su aceptación de las condiciones de Freud. A pesar de esto, Wortis decidió presentarse a la cita y Freud, aunque mostrando cierto disgusto, accedió a comenzar el tratamiento.

En los primeros momentos del tratamiento, Freud se mostró enfático y riguroso con respecto al mantenimiento del encuadre terapéutico: estableció la frecuencia (diaria) de las sesiones, introdujo el uso del diván y le explicó a su nuevo paciente la regla psicoanalítica fundamental de la asociación libre. También le comunicó a Wortis que las entrevistas preliminares se extenderían durante dos semanas, y después de este período, se decidiría si el tratamiento en sí tendría lugar o no.

Surge, en este punto, una pregunta de importancia insoslayable: ¿Cuál es la motivación detrás de la demanda de análisis de Wortis? ¿Qué urgencia o necesidad la impulsa? No está del todo claro si realmente existe una demanda de análisis o si el paciente lo que busca es más bien un diálogo que le aporte ideas intelectuales, un posicionamiento más ventajoso en el campo profesional.

Al no tener aún una respuesta a esta pregunta la dejaremos en suspenso, destacando la importancia de investigar en cada oportunidad lo que motiva el inicio de cualquier análisis en términos de inhibición, síntoma o angustia. Recordemos que la posición de Freud, respecto de los síntomas egosintónicos, es que estos carecen de la fueza pulsional (Triebkraft) que sí acompaña a los síntomas patológicos.

No se trata simplemente de que Wortis no solicita un análisis, sino que tampoco asume los costos del mismo. Cuenta con una serie de “patrocinadores”, algunas personalidades importantes, que respaldan su valía y que tienen un interés científico en el tema a investigar, así como los recursos económicos para financiar el análisis.

Sin embargo, lo que nunca se revela en todo el proceso, tal como lo refleja el testimonio de Wortis, es la presencia de una posición subjetiva consecuente con el deseo de entrar en análisis. Así, en el diván de Freud, se encuentra este joven brillante y talentoso, toda una promesa en el campo intelectual de la época, carente por completo del deseo de analizarse. Esta situación atípica, extraña, da lugar a algunas de las intervenciones contundentes de Freud, como cuando le dice a Wortis: “-Todo lo que has expresado hasta ahora ha sido tan claro que no me ha interesado.”

Rivalidad y confrontación

Si establecemos, junto con Freud, que la transferencia positiva sublimada es la condición de base para que la palabra proferida por el psicoanalista contenga el valor de verdad -en términos de castración- acerca de lo enunciado por el yo del paciente desde su fantasía de completud imaginaria, coincidiremos en que ningún lazo que carezca de esta estructura puede considerarse propiamente analítico, sino que queda en el terreno simbólico de un mero intercambio comunicativo entre pares, una discusión, un debate, etc.

Una de las actitudes más persistentes de Wortis se relaciona con su constante búsqueda de confrontación con Freud. No deberíamos descartar la hipótesis de que detrás de tantas críticas hubiera una preocupación relativa al vínculo idílico entre el propio Wortis y Havelock Ellis que él quería preservar, como si Freud representara (como en efecto ocurría) una amenaza a la integridad de dicho lazo.

Freud opta por ser prudente ante los continuos embates recibidos y parece interpretar las críticas hacia la doctrina psicoanalítica (es decir, hacia el propio Freud) como una consecuencia de la rígida coraza resistencial del paciente. Su estrategia es eludir el conflicto y a la vez decir lo que piensa. Por ejemplo, cuando Wortis intenta suavizar la importancia de su carácter pendenciero argumentando que “en una controversia hay algo de razón en cada una de las partes” Freud le responde: “-Me inclino a afirmar que en una controversia ambas partes se equivocan”.

En la misma línea, cuando el paciente señala a modo descalificativo, primero, que el psicoanálisis es una ciencia judía y luego que es una ciencia burguesa, Freud le responde que el psicoanálisis se ocupa de hechos de la vida real y que si los hechos revelados por el psicoanálisis son ciertos, estos aplican a cualquier grupo humano y estrato social.

Sin embargo, la actitud beligerante de Wortis no cesa en ningún momento, llegando a extremos absurdos, como se puede apreciar en el siguiente diálogo:

– Freud: No importa lo que yo diga, tú nunca estás de acuerdo.

– Wortis: ¡Eso no es cierto!

La rigidez inmutable

El poeta ítalo argentino Antonio Porchia expresa en una de sus Voces: “Cuando me hiciste otro, te dejé conmigo”. En este hermoso aforismo creo que se puede resumir el norte de la práctica analítica. El proceso psicoanalítico está diseñado para generar efectos perdurables en quien lo emprende. Al finalizar este recorrido, una persona no debería ser la misma que al comienzo. Éste es el propósito último de todo análisis: producir una transformación profunda en la dinámica pulsional y fantasmática de un sujeto, especialmente en vista del alto costo que el síntoma supone en términos de salud.

La Voz de Porchia opera en un sentido inconsciente para el paciente, pero también para el psicoanalista. En un análisis adecuadamente dirigido, ni el analista ni el paciente permanecen iguales que al comienzo. En contraste con esta idea, la actitud de Wortis no se mueve ni un sólo milímetro a lo largo de todo el proceso, como si éste creyera que él es alguien demasiado inteligente y advertido para sucumbir a algo tan banal como el amor de transferencia.

Wortis permanece idéntico a sí mismo antes de iniciar el análisis, durante su desarrollo y aún décadas después, cuando revisa su experiencia a través del relato que da origen a este libro. Un sujeto que no se encuentra con nada que lo sorprenda y que emerge de un análisis con sus núcleos ideológicos intactos, nos habla a todas luces de un sujeto muy particular, que en ningún momento ha estado dispuesto a dejarse afectar o conmover por el vínculo terapéutico.

En esta línea, Wortis nos advierte, desde el comienzo del libro: “éste es un libro sobre Freud, no sobre mí”. Lo que ignora Wortis al escribir estas líneas es que toda la doctrina freudiana constituye una demostración del hecho de que ni siquiera el más enérgico rechazo de la castración exime al hablante de tener un inconsciente.

Bla bla y palabra verdadera…

Además de sus constantes provocaciones, Wortis muestra la desagradable tendencia a “talk away” (desvariar, hablar “a la deriva”) acerca de un sinnúmero de temas de los cuales tiene poco o ningún conocimiento. También estas disquisiciones teóricas podrían considerarse una defensa, pero presentan un agregado: en ocasiones, versan sobre asuntos que Freud había dedicado prácticamente una vida a investigar, y que este arrogante joven cuestionaba simplemente “porque le parecía”, equiparando el valor de la palabra de ambos.

Surge así un síntoma desconcertante y hasta incomodante: no sólo Wortis manifiesta un desprecio insólito hacia esa valiosísima hora si consideramos los objetivos que persigue un análisis en términos de la emergencia del sujeto. Además, se percibe en él una falta absoluta de consideración en cuanto al valor y el peso de la palabra, expresada en la exasperante tendencia de hablar por hablar, que diferenciamos de -junto con Freud- de la asociación libre.

De cada una de las actitudes que Wortis manifiesta durante su trabajo con Freud, uno puede deducir nítidamente lo que él se encarga de explicitar en su testimonio: “entré en un análisis didáctico en contra del consejo de Ellis, pero con cierto escepticismo propio. Por esta razón, una gran proporción de las conversaciones con Freud versaron sobre cuestiones de teoría psiquiátrica básica”.

Su rechazo absoluto de la asimetría inherente al proceso analítico lo ubica en el plano de una suerte de negación del otro simbólico en su estructura subjetiva. En unos pocos -e infructuosos- intentos, recurre a la seducción como medio para llegar a Freud y no hace más que empeorar las cosas: a Freud no se le escapa en ningún momento el desprecio y la descalificación que estas aproximaciones encubren.

Para llevar las cosas a un extremo, Wortis busca en reiteradas ocasiones educar a Freud e incluso corregirlo. Sin mostrar sinceridad alguna, se esfuerza por imponer un yo falso a toda costa y pretende instruir a Freud sobre lo que considera correcto en términos de etiqueta. Por ejemplo, cuando le señala: “Es de buena educación reconocer los propios prejuicios”, a lo que Freud responde lacónicamente: “- un análisis no es un lugar para intercambios de buena educación.”

En más de una ocasión, uno podría pensar que Wortis se ha preguntado: – ¿Qué diantres hago aquí? ¿Por qué habré aceptado este “obsequio”? En este contexto y frente al displacer que le suscitaban muchas de las intervenciones de Freud, directas y sin los ambages morales a los que él seguramente estaría habituado, Wortis le expresa a Freud que “-No veía la ventaja técnica de hacerlo sentir tan mal” dado que “un paciente acude a un médico para sentirse reasegurado” queja a la que Freud reacciona, una vez, poniéndolo en su lugar: –“Es mejor dejar los asuntos de técnica en mis manos”.

¿Quién quiere ser normal?

Son múltiples los momentos a lo largo del proceso en los cuales Freud busca conmover esa unidad imaginaria, hacer tambalear las certezas y humanizar a su paciente, reconciliándolo con los aspectos desconocidos de su personalidad desde un lugar abierto a la escucha. Por ejemplo, cuando, advirtiendo la renuencia manifiesta de su paciente hacia toda clase de dependencia, Freud le señala que – “Hay un elemento de dependencia en cada relación. Aun con un perro”.

Freud se muestra cercano y cálido, también, cuando Wortis relaciona su interés científico en la homosexualidad con preguntas sobre su propia identidad sexual. En estos momentos, el Profesor no es prejuicioso ni crítico, sino que se muestra dispuesto a comprender a su paciente. – “En alguna oportunidad en el pasado me he preguntado -expresa Wortis- si soy lo suficientemente masculino”. A lo que Freud responde: – “Nadie es completamente masculino… Todo el mundo tiene un componente homosexual en su naturaleza; la mayor parte del sentimiento social no es más que una homosexualidad sublimada”.

Y en otra oportunidad: – “Le pregunte a Freud si un homosexual podría escribir objetivamente sobre la homosexualidad y éste pensó que era posible que pudiera arrojar luz sobre el tema”.

Como vemos, la actitud de Freud es de apertura hacia la vivencia y el relato de su paciente, pero enfrente se encuentra una y otra vez con un muro: no hay de parte de su interlocutor disposición alguna a considerar la propia división subjetiva, lo que se dice a través de él cuando su yo habla, hecho que parece volverlo inmune a la estructura implícita en la interpretación psicoanalítica, como puede observarse el siguiente pasaje:

– Wortis: Supongamos que un paciente fuera un neurótico severo, un caso incurable, ¿Freud se lo comunicaría?

– Freud: – Te refieres a si yo pienso que tú eres neurótico.

– Wortis: – Me reí y le dije que no era eso lo que yo había querido decir…

Si ya de por sí resulta difícil pensar en un paciente cuyo modo de gozar no esté sujeto a revisión en el transcurso de un proceso psicoanalítico, ni hablar de un candidato a psicoanalista con tan hondos y arraigados prejuicios sobre las problemáticas de la salud mental.

En el caso de Wortis, pareciera que la propia condición psicopatológica está siempre soslayada bajo las infranqueables defensas erigidas para evitar la catástrofe, como si se sintiera permanentemente bajo amenaza de ser descubierto respecto de un secreto insoportable y reaccionara defendiéndose en consecuencia. Quizás sea a causa de esto que procura constantemente invertir los términos de la relación adoptando la posición de entrevistador o examinador.

Freud, en lugar de interpretar esta conducta, responde con amabilidad y busca promover una actitud más flexible en su candidato a discípulo. Por ejemplo, al discutir el valor –defendido a ultranza por Wortis- de una “normalidad” fundada en la ausencia de síntomas, Freud le expresa: “La normalidad/ salud es un concepto puramente convencional y no tiene significado científico, simplemente quiere decir que una persona se las arregla. No significa que la persona sea particularmente valiosa. Hay personas ´sanas´ que no valen nada y hay personas ´insanas´ o neuróticas que son muy valiosas”. 

Siguiendo esta línea, en otra ocasión, le señala que: “Un cierto monto de neurosis es de un valor inestimable como empuje, especialmente para un psicólogo”.

Neurosis de transferencia – neurosis narcisistas

En su Conferencia nº 27, Freud relaciona la transferencia con la analizabilidad de un sujeto, esto es, las perspectivas de cura que tiene una persona mediante el tratamiento psicoanalítico. Como guía en el trabajo con sus pacientes, se establece una distinción categorial de primer orden entre las neurosis de transferencia (las histerias, las histerias de angustia y las neurosis obsesivas) y las neurosis narcisistas. Con las primeras, el análisis sería posible, mientras que con las segundas no.

“Un ser humano es accesible también desde su costado intelectual únicamente en la medida en que es capaz de investir libidinosamente objetos; y tenemos buenas razones para reconocer y temer en la magnitud de su narcisismo una barrera contra la posibilidad de influirlo, aun mediante la mejor técnica analítica”. (…)

“La observación permite conocer que los que adolecen de neurosis narcisistas no tienen ninguna capacidad de trasferencia o sólo unos restos insuficientes de ella. Rechazan al médico, no con hostilidad, sino con indiferencia. (…) No muestran trasferencia alguna y por eso son inaccesibles para nuestro empeño; no podemos curarlos”.

A fin de dar cuenta de los fundamentos de esta distinción establecida por Freud y de cómo operan estos procesos en lo subjetivo, haré una síntesis parafraseando algunos párrafos de Creer en el inconsciente, de J. Szpilka, que a mi parecer explican el tema de una manera muy clara considerando la manera en que se estructura a nivel intrapsíquico el vínculo del yo con el objeto.

En las neurosis de transferencia, la frustración o “amarga experiencia vital” que supone el paso por el otro implica una renuncia al objeto real, un retiro de las investiduras de éste, la introversión de la libido sobre el objeto fantaseado y, por último la represión por ser las mociones de deseo inconciliables con las representaciones-metas del proceso secundario. “El cumplimiento de tales deseos ya no produciría placer, sino por el contrario, un profundo displacer, y es justamente esa mudanza afectiva lo que constituye la esencia de lo que se denomina represión”.

En el grupo de las neurosis de transferencia, pues, el objeto es retenido con fuerza en lo inconsciente y el sujeto afirmado en su radical alteridad respecto del aquel, manteniéndose las identificaciones secundarias de manera satisfactoria con su carga objetal inconsciente conservada como soporte. La capacidad de transferencia de un sujeto no es otra cosa que su disponibilidad libidinal para investir nuevos objetos. Ella depende de que la catexia objetal otrora resignada se conserve indemne en lo inconsciente.

La catexia objetal que es producto de la represión es, al mismo tiempo, matriz de la transferencia y sobre esta lógica se apoya la estructura de base de toda relación con el otro. Como expresa Freud en Lo inconsciente (1915) “La investidura de objeto persiste en el interior del sistema inconsciente a pesar de la represión –más bien, a causa de ella-. Y sin duda, la capacidad para la transferencia, que en estas afecciones aprovechamos terapéuticamente, presupone una imperturbada investidura de objeto”.[2]

Como sabemos, Freud toma de Jung el concepto de introversión para explicar la operación a partir de la cual el sujeto adhiere la libido retraída de la realidad hacia objetos fantásticos y, en este acto, mantiene la actitud para una nueva carga objetal en lo real. Para devenir objeto de la transferencia, pues, previamente ha de instalarse en el sujeto la dimensión del objeto perdido. Sólo cuando el analista es objeto perdido, puede ser objeto de transferencia y el análisis tener lugar.

Por el contrario, en las neurosis narcisistas se produce una “redistribución tópica de la libido”. Ésta, retraída de los objetos de la realidad no inviste objetos de la fantasía, sino que se repliega sobre el Yo con la disolución de las identificaciones secundarias y la pérdida de carga objetal inconsciente. Las cargas objetales son abandonadas y se restablece una primitiva condición narcisista que implica el abandono del terreno de la represión y con él,  la pérdida de la estructura objetal que es matriz de toda transferencia posible.

Sostener a ultranza la unidad narcisista

La estructura narcisista de Wortis es destacada de manera explícita por Freud en repetidas ocasiones a lo largo del tratamiento. Por ejemplo, cuando señala que Wortis “pertenece al grupo de la gente feliz” o cuando le indica que su actitud no es científica pues en lugar de inclinarse ante los hechos, recurre a rechazar todo cuanto le resulta displacentero: – “Aún no has completado la transición del principio del placer al principio de realidad”.

Wortis es consciente de que coloca su imagen personal y autoconcepto en un primerísimo primer plano. “No me gusta rebajar la opinión que tengo acerca de mí mismo sin obtener nada a cambio”. Se lo ve fervientemente empecinado en mantener a ultranza su unidad narcisista, desde esta perspectiva, interpreta los comentarios de Freud no como una oportunidad para aprender sobre sí  y crecer, sino como una amenaza personal.

En este sentido, busca despertar lástima y expresa sentirse ofendido por las palabras crudas que Freud le dirige. Esto sorprende al maestro, quien comenta: “- Lo interesante es cómo haces de todo un juicio sobre tu persona, como si eso fuese lo único que te importa”, a la vez que intenta transmitir a su paciente el famoso lema “nothing personal” de los ingleses: -“Tienes que dejar de lado tu sensiblería. A mí no me interesa juzgarte. Lo que digo, lo digo con fines analíticos.”

Freud opina que Havelock Ellis ha ejercido una influencia negativa en Wortis, malcriándolo y perpetuando posibles deficiencias heredadas y adquiridas en su constitución. En este sentido, Freud le expresa a Wortis que el hecho de que Ellis lo haya “elegido como se elige una mujer en un baile” no debería ser motivo de orgullo para un hombre joven que, como él, enfrenta el desafío de dar forma a su vida.

Wortis se expresa en todo momento de manera altanera y soberbia, hasta el punto en que resulta extremadamente difícil empatizar con él. Estos aires de superioridad, identificados y señalados por Freud, quedan testimoniados por el propio Wortis, quien refiere en su libro: “- Yo NO me creía superior a Freud”.

En una oportunidad, ante una sugerencia o recomendación del Profesor, Wortis le responde con indiferencia: “- Posiblemente tengas razón”. Ante ésta réplica, Freud exclama: – “¡Allí está! Esa es otra de tus respuestas superiores”.

Sigmund Freud y Joseph Wortis

Creer en el inconsciente

Una palabra puede ser catalogada como verdadera cuando

implica el duelo por la verdad como imposible.

Jaime Szpilka

Freud le expresa a Wortis de manera franca y directa, “-Tú no crees en el inconsciente”, una tesis que queda ratificada ni bien leemos el relato que este último hace de su análisis. Es que como bien señala Szpilka en la obra antes citada, “el secreto del inconsciente nunca apela a nada que sea patrimonio del propio yo, sino que siempre apela al otro”.

El punto culmine de este aspecto megalómano del autor puede leerse cada vez que Wortis se encarga de explicarnos que Freud –seguramente a causa de su corto entendimiento, de su vejez o de la razón que fuere- omitió, ignoró o desoyó el “verdadero sentido” de sus palabras

  • “Not at all”, said Freud, missing my point… (En absoluto, dijo Freud, sin captar mi punto)
  • “He does not, said Freud, mistakenly believing…” (No, dijo Freud, creyendo equivocadamente que…)

Lo que me interesa destacar de estos fragmentos es la posición desde la cual se enuncian, más que el contenido de las declaraciones de Wortis. Esta posición refleja a alguien que se encuentra completamente enajenado de su división subjetiva y para quien no hay otro posible. Si lo que él propone es rechazado, no tiene lugar o simplemente no se está de acuerdo con lo que él comenta, el otro es abolido sin más.

Se lo descalifica automáticamente mediante el argumento del error y de la equivocación: “El otro me dijo que no porque ´missed my point´ (no entendió lo que yo quería decir) o bien porque ´mistakenly believed´ (equivocadamente creyó) algo que no era apropiado”.

En otra oportunidad, Wortis refiere que Freud entendió algo de lo que él dijo pero que “eso no fue, bajo ningún punto de vista, lo que él quiso decirle”. Estas palabras revelan una convicción fanática de que se está en condiciones de conocer la intencionalidad última de los propios dichos, posicionándose el yo por encima de cualquier tipo de sanción o impacto proveniente del otro.

¿Qué busca “llevarse” Wortis?

En general, podría afirmarse que uno va a análisis a desprenderse de algo, a perder algo: un exceso mortificante, una carga, determinadas costumbres o hábitos perniciosos, un exceso de culpabilidad o una tendencia masoquista exacerbada ante un superyó sádico, etc.

La inadecuada asunción de la castración que el neurótico ha creído “resolver” por la vía de la represión lleva a que el sujeto actúe de manera repetitiva y compulsiva lo no asimilado de dicha pérdida en el campo económico, laboral, a nivel de su salud, en el disfrute de su vida y sus relaciones interpersonales, etc.

La situación analítica recrea de manera desplazada y actualizada cada uno de estos campos a fin de llevar adelante esta “rectificación retroactiva del proceso represivo originario” que derivó en la enfermedad, complaciéndose en conmover y destituir “per via di levare” aquellas posiciones subjetivas y creencias que, cristalizadas en defensas que han devenido anacrónicas, coartan las posibilidades vitales de un sujeto.

En sus escritos técnicos, Freud nos advierte que la cuestión del pago de los honorarios cumple una función central en el proceso de la cura, hasta el punto que la omisión del pago puede ejercer un único efecto: el acrecentamiento de las resistencias. Quizás ésta sea una de las razones por las cuales la actitud analítica de Wortis nunca llegó a desarrollarse plenamente. Quizás el problema es más complejo y ésta es sólo una de sus múltiples facetas.

Lo cierto es que en el caso de Wortis se puede percibir un interés exactamente opuesto al mencionado anteriormente: no el de dejar algo, no el de perder algo sino el de “quedarse con algo”. En el mejor de los casos, Wortis quiere llevarse respuestas, consejos, guías de vida, cuando no quiere llevarse la aprobación, el beneplácito y por último el aval y el sello sagrado que implica haber sido discípulo de Freud, lo cual, evidentemente, no consigue.

Freud sentencia a este respecto, en clara alusión a su interlocutor que, sencillamente, “algunas personas no son aptas (Ungeeignet) para el análisis”. En esta misma línea, cuando Wortis le pregunta a Freud si la ignorancia respecto del propio inconsciente lo privaría de analizar a otros, Freud responde: – “Tal pregunta se responde de manera afirmativa. Una persona que no ha visto la operación de su propio inconsciente no puede verlo en otros tampoco”.

Esta tendencia de buscar quedarse con algo también está presente en el insólito acto de pedirle a Freud una fotografía al despedirse de él, cosa que tampoco consigue. Freud le señala, en este sentido: “-No esperes que el psicoanálisis te dé respuestas a preguntas, las cuales te puedes llevar a tu casa. Todo lo que puede hacer es ampliar la perspectiva referida a ciertos hechos y luego los problemas son resueltos por el paciente”.

La trastienda de un embrollo

La palabra “embrollo” tiene su origen en el francés “embrouille”, que proviene de “embrouiller”; utilizado en el siglo XIV. Esta última palabra se basa en “brouiller”, que en el siglo XIII significaba “mezclar” o “ensuciar” y se relaciona probablemente con “brou”, que se traducía en antiguo francés como espuma, lodo, borbotón. En consecuencia, un embrollo denota una situación confusa, enredada y lleva consigo la connotación de ser sucia, engañosa y teñida de un manto de deslealtad.

Para esclarecer este enigma, podría ser útil contar con datos históricos adicionales. No obstante, con la información disponible, da la sensación de que Freud se vio envuelto en un juego extraño, sin claridad sobre lo que se esperaba de él. Las comunicaciones entre Ellis y Wortis, que no cesaron en ningún momento a lo largo de todo el análisis, no eran portadoras precisamente de un tono de entusiasmo y esperanza con respecto al trabajo analítico.

“Me complace saber que el análisis con Freud ha estado yendo bien[3], aunque ya estarás contento de llegar al final. No sorprende que no hayas obtenido ninguna revelación novedosa acerca de tu persona, y difícilmente puedas esperar obtenerla. Pero seguramente has obtenido alguna revelación acerca de Freud y su técnica, y esto es lo que quieres, y esto es lo que te permitirá hablar de primera mano acerca del conocimiento psicoanalítico”.

Más bien, parece que la estructura que sustentaba el análisis de Wortis a través de esta “recomendación” actuaba impulsada por un profundo odio hacia el psicoanálisis como práctica, teoría y método de investigación. También se percibe cierto resentimiento y envidia hacia Freud y sus hallazgos en la actitud de Ellis. En este contexto, por momentos uno tiene la sospecha de que Wortis no era más que el “anzuelo humano”, una especie de caballo de Troya destinado a llevar adelante vaya uno a saber qué tipo de ataque insidioso contra Freud o la doctrina psicoanalítica.

En los primeros encuentros, como si anticipara este embrollo extraño al que era convocado, Freud hizo una intervención brillante, que refrenda una afirmación de su escrito Psicología de las masas y análisis del yo.  En dicha obra mencionó que cuando se empieza a ceder con las palabras, se termina cediendo en los hechos. Así pues, sobre la intervención de Freud, refiere Wortis: “Le pagué el mes y le pedí si podría enviar vía telegrama un `recibido, gracias´ a los patrocinadores, a lo que Freud respondió: “¿Por qué ´gracias´? Lo que yo te doy vale, por lo menos, tanto como lo que tú me estás dando”.

Wortis: – “Es una manera de decir…”

Freud: – “Entre hombres de negocios, quizás”.

Lo que debe ser eliminado

Existe un viejo refrán francés con el cual Freud solía manifestar su desacuerdo. Lo he leído manifestarse de este modo en dos oportunidades: en el relato del caso que hace Wortis y en la entrevista que le realizara George Viereck en 1926. Me refiero al dicho popular que expresa que “Comprenderlo todo equivale a perdonarlo todo”. Frente a esto, Freud solía decir que, muy por el contrario, en la vida “también existe lo que debe ser eliminado, lo que no debe admitirse” y que “bajo ningún concepto la tolerancia con el mal es el corolario del conocimiento”.

En cualquier caso,  a medida que el período del análisis llegaba a su fin, la bruma se iba disipando. La relación entre Freud y Wortis experimentaría un quiebre definitivo cuando, no conforme con denostar el análisis a cada instante y con rebatir cada una de las interpretaciones que aquél le formulaba, Wortis le expresa a Freud su deseo de dedicarse de manera activa al ejercicio de la práctica psicoanalítica. Al leer esto, uno tiene la impresión de que Freud, en ese punto, consideró que ya había escuchado suficiente.

Aún así, haciendo gala una vez más de una infinita paciencia, Freud le respondió a su candidato con diplomacia:

F – Para ser psicoanalista es necesario formarse, estudiar muchos años, supervisar…

W– Bien, pero no puedo pasarme la vida estudiando…¡también tengo que vivir!

Aquí Freud dio por finalizado el diálogo con un “chiste” contundente: – “No veo la necesidad”.

Para comprender la impactante audacia de esta intervención de Freud hemos de situarla en contexto: recordemos que éste sujeto es el mismo que le había planteado a Freud que sus intervenciones eran muy “rebuscadas” (far-fetched), que él prefería una psicología más cercana al sentido común y que había llevado su insolencia hasta el extremo de burlarse de Freud formulándole preguntas despectivas del tipo: – ¿Cómo es el sentido de los sueños en los países nórdicos, donde las noches duran hasta seis meses? [4]

Freud, finalmente, da por concluida la cuestión y se desvincula definitivamente de Wortis: “- Si alguien me preguntara acerca de un talentoso Wortis que vino a estudiar conmigo, le diría que no aprendió nada de mí, y me eximiré de toda responsabilidad”, con lo que se rehúsa de plano la idea, sugerida por Wortis, de que Freud lo recomendase como su discípulo, aun sin haber mostrado aquél el más mínimo respeto por las enseñanzas y la autoridad de Freud ni por el arduo trabajo y dedicación que exigen la formación del psicoanalista.

Para cerciorarse de la situación una última vez, Wortis le expresa a Freud: –“No creo haber alcanzado un éxito personal contigo”,  a lo que Freud responde: “- Decididamente, no”. Basta leer uno de los últimos párrafos de su libro para apreciar hasta qué punto Freud acertó en su decisión: “Es entendible la actitud de Freud…un hombre joven y auspicioso que venía desde tan lejos y que lo rechazó debe haber sido algo particularmente provocativo para él. También su edad avanzada y problemas de salud deben haber cooperado a su particular irritabilidad. Aun así, creo que si hubiera aceptado su credo científico, habría disfrutado de su amistad y me habría desarrollado profesionalmente con una holgada conveniencia y confort”.

Apostar al sujeto

Queda planteada la pregunta de por qué Freud, un hombre que ya por aquel entonces era conocido en el mundo entero y gozaba de un insigne prestigio tomó en análisis a Joseph Wortis a pesar de su actitud escéptica, confrontativa y poco analítica.

Es posible que Freud haya aceptado este desafío debido a su relación con Havelock Ellis, aunque también es posible que, en su optimismo, haya visto en el análisis de Wortis una oportunidad para demostrar la eficacia del psicoanálisis incluso frente a alguien tan crítico.

A esta altura de su vida, la enorme mayoría de preconceptos que Freud albergaba respecto de las estructuras psicopatológicas habían caído y, como él mismo se lo manifestó al autor del libro, sólo le quedaban una seguridad creciente y una confianza inquebrantable respecto de la veracidad de sus teorías.

Teniendo en cuenta estos datos quizás podamos comprender mejor la decisión de Freud, aunque quizás el hecho crucial resida en esa disposición definida por Lacan como el deseo del analista, que supone una apuesta por el sujeto del inconsciente aún en los contextos más adversos y contra todo pronóstico.

Para finalizar deseo agregar, simplemente, que la relación ambivalente de Wortis hacia Freud podría reflejar la complejidad de las dinámicas entre el paciente y el terapeuta en el análisis. A fin de comprender mejor la actitud de Wortis, prestemos atención al siguiente párrafo, perteneciente al ya citado Creer en el inconsciente de Jaime Szpilka.

“Se hace importante insistir en la imposibilidad de separar lo narcisístico, como un espacio conflictivo de derecho propio, con una problemática supuestamente dual que le fuera propia, de lo edípico como problemática triangular. No hay que olvidar que lo narcisístico sería mudo sin la castración del complejo triangular que lo fisura, como el Edipo sería vacío sin la herida narcisista que lo conmueve. Por eso creo equivocadas plantear problemáticas narcisísticas duales independientemente de las edípicas triangulares, tanto en términos de evolución como de estructura”.

Y en la misma línea:

“No hay un tiempo de Narciso y otro de Edipo. Narciso es mudo sin Edipo y Edipo habla sobre la sombra de Narciso herido”.

Szpilka señala la imposibilidad de separar lo narcisístico de lo edípico, lo que sugiere que el vínculo entre Wortis y Freud no puede entenderse sólo en términos de resistencia o crítica. En efecto, uno podría plantear la hipótesis de que este texto, escrito bajo la creencia de que se está hablando acerca de Freud, no sólo nos habla sobre Wortis, sino que además está dedicado a Freud, ha sido escrito para él y constituye, en cierta medida, el efecto del impacto insoslayable que ha tenido para el autor su encuentro con Freud.

En efecto, uno puede leer este texto como una declaración velada de amor hacia Freud con todo el repertorio defensivo que mociones afectivas de esa índole pueden despertar en la estructura psíquica de alguien como Wortis. Como si la elaboración de lo vivido en este vínculo a través de la redacción del libro procurara ser, para el autor, una especie de segunda parte menos amarga de aquel anhelado encuentro que no pudo consumarse cuando existió la oportunidad.

Por otra parte y más allá de la comprensible antipatía que muchas veces despierta en el lector el relato de Wortis, creo que la forma más freudiana de leer el texto tiene que ver con el hecho no menor de que alguien que se presenta a sí mismo como un crítico acérrimo del psicoanálisis, al tomarse el trabajo de dar a conocer este valioso documento –en el cual, por otra parte, se exponen intervenciones muy duras que el propio Freud le dirigió- está aceptando implícitamente el incuestionable lugar que Freud se ha ganado entre los grandes hombres de la historia de la humanidad.

[1] Freud, lo inconsciente p. 193.

[2] En realidad esta pregunta ya estaba respondida afirmativamente de antemano, cuando Wortis le planteó a Freud que quería aprender acerca del análisis y Freud le respondió que la única manera era analizándose.

[3] Por supuesto, esto no es así.

[4] A esto Freud también con maestría: – “¡¿Por qué no vas y lo averiguas?! Así es como se construye el conocimiento científico”.

POR GUILLERMO MIATELLO

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