PSICOTERAPIA EN MADRID
Guillermo Miatello. Psicólogo. Psicoanalista. Alcalá de Henares, Madrid. Lic. en Comunicación Social (UNC, Argentina); Lic. en Psicología (UNC, Argentina); Mgr. en Psicoanálisis (UBA, Argentina); Grado en Psicología (UNED, España). Psicólogo matrícula 9622. Colegio de Psicólogos de Madrid.
10 MITOS SOBRE LA PSICOTERAPIA
“Al psicólogo van los locos, y yo no soy uno”
Por una parte y haciendo referencia a la división entre salud y enfermedad, Sigmund Freud nos decía ya en 1905, hace 120 años, lo siguiente: “Ya no creemos que normal y neurótico se separen entre sí tan tajantemente, ni que unos rasgos neuróticos deban apreciarse como prueba de una inferioridad general”. Por el contrario, el fundador del psicoanálisis les adjudicaba a los síntomas patológicos una fuerza pulsional (Triebkraft) que era especialmente valiosa para el sujeto en caso de ser aplicada a aspiraciones vitales más constructivas.
“Más vale malo conocido que bueno por conocer”
Es interesante lo que señala el médico vienés sobre el horror a lo desconocido como algo inherentemente humano, presente ya en el lactante que se refugia llorando en brazos de su niñera a la vista de un hombre extraño. “La fuente de ese displacer es el reclamo que lo nuevo dirige a la vida anímica; el gasto psíquico que exige, la inseguridad que conlleva, que se intensifica hasta la expectativa angustiada”. Ahora bien, es menester tener en cuenta que este miedo a lo nuevo puede ser un automatismo empobrecedor, que a la manera de un prejuicio, nos prive de la adquisición de descubrimientos valiosos e instructivos para nuestra vida
“Es mejor dejar a los demonios donde están: bien guardados…”
Una expectativa angustiada bastante difundida con respecto el psicoanálisis suele asociarse al hecho de que se convoquen a la conciencia del enfermo las mociones sexuales reprimidas, como si esto trajese aparejado el peligro de que resulten avasalladas las aspiraciones éticas superiores del sujeto: – “¡Qué sería de nosotros y de nuestra cultura si nuestras mociones de deseo más oscuras vieran la luz! ¡Dios nos guarde de semejante mal…” Freud nos advierte ya en 1909 que el temido desenlace, la destrucción del carácter cultural por obra de las pulsiones emancipadas de la represión, es por completo imposible. Nuestras mociones de deseo devienen patógenas sólo en tanto que negadas, silenciadas, reprimidas…tal como afirmaba el pintor y poeta británico William Blake, “los deseos insatisfechos engendran pestilencias…”. La propuesta psicoanalítica de hacer conscientes las mociones de deseo y con ello llevar adelante una revisión, un sustituto de la infructuosa represión (decimos “infructuosa” pues ha derivado en síntomas patológicos) se ubica, pues, no como una enemiga del avance cultural sino, todo lo contrario, al servicio de las aspiraciones culturales supremas y más valiosas.
4.“La terapia es cara”
La idea de que estamos a disgusto con la vida que llevamos porque “nos pasan” cosas negativas es una creencia que quizás sea beneficiosa para nuestro ego (pues nos brinda la embriagadora sensación de que “yo soy bueno, el mundo es malo”) pero es muy negativa para nuestra vida. Es por esto que Freud afirma que en la vida no hay nada más costoso que la enfermedad y la ignorancia. En particular, alude a la ignorancia respecto de nosotros mismos, de nuestras motivaciones internas, de nuestros conflictos, del rumbo hacia el que deseamos direccionar nuestra vida… El análisis no es un proceso placentero ni gratificante en ningún sentido: en ocasiones revela verdades desagradables; llevarlo adelante tiene un valor cuantioso…ahora bien, todo ese esfuerzo que realiza el paciente es en aras de un bien mayor: el de alcanzar un día el logro de sentir que vive una vida acorde con su deseo, despojada de sufrimientos agobiantes e innecesarios como los que le traen los síntomas neuróticos. Freud señala a este respecto: “La terapia psicoanalítica se creó sobre la base de enfermos aquejados de una duradera incapacidad para la existencia; y estándoles destinada, su triunfo consiste en que pudo devolverles a un número significativo de ellos, duraderamente, esa capacidad. Frente a este resultado, todo gasto se vuelve mínimo”.
5.“Prefiero la medicación: me cuesta creer que las palabras puedan verdaderamente cambiar algo”
En no pocas oportunidades, las afecciones neuróticas derivan del hecho -o se agravan a partir de éste- que las personas no nos sentimos lo suficientemente escuchadas. Muchas veces lo que sucede cuando consultamos, por ejemplo, a un psiquiatra es la repetición de esa realidad que resulta dolorosa y angustiante para cualquiera. “Los médicos se comprometen muy poco con los neuróticos; oyen con tan poca atención lo que ellos tienen para decirles que se han enajenado la posibilidad de extraer algo valioso de sus comunicaciones”. No está mal recurrir a la medicación cuando uno lo necesita, pero en una gran cantidad de casos y en especial cuando hablamos de las afecciones del alma, las dificultades están hechas de palabras y es sólo a través de la palabra y del vínculo con otro, como estas dificultades se pueden desanudar. Nietzsche afirma en Así Hablaba Zaratustra: “Si yo quisiera sacudir este árbol con mis manos no podría, pero el viento, que nosotros no vemos, lo dobla y lo tuerce hacia donde quiere…son manos invisibles las que peor nos doblan y nos atormentan”. Con las palabras sucede otro tanto: La palabra es, al decir de Freud, “el recurso e instrumento esencial del trabajo terapéutico. Mediante las palabras puede hacerse a otra persona maravillosamente feliz o llevarla a la desesperación. Las palabras provocan efectos y por lo general son el medio de influencia mutua entre los hombres, así como el instrumento mediante el cual intervenimos en el mundo que nos rodea. De manera que nosotros no desdeñaremos el uso de la palabra en psicoterapia y nos complaceremos en escuchar las palabras que se intercambian entre el terapeuta y su paciente. Es verdad que en el comienzo fue la acción, pero en muchos respectos fue un progreso cultural que la acción se atemperara en la palabra. Ahora bien, la palabra fue originariamente, un ensalmo, un acto mágico y todavía conserva mucho de su antigua virtud”.
6. “Una psicoterapia puede durar para siempre”
Otro malentendido muy difundido reza que un proceso psicoanalítico sería algo eterno, interminable. Ahora bien, bajo ningún concepto esto es así: todos los análisis llegan a un fin, o al menos esto debería ser así. Freud fijó varias metas para la cura analítica. Entre sus formulaciones más conocidas a este respecto tenemos las que apuntan a:
- Pasar de la miseria neurótica al sufrimiento ordinario.
- Devolverle al sujeto, al menos en parte, su capacidad de amar y trabajar.
Se trata de objetivos modestos, nada ambiciosos y que se encuentran en línea con valores que el hombre de a pie estimaría valiosos. Sí es necesario aclarar, señala Freud, que no es posible saber con anticipación cuál será la duración de un análisis. Ante esta inquietud, nos sugiere responder como Esopo al peregrino que pregunta cuánto falta para llegar: – “¡Camina!, le exhorta y lo funda diciendo que uno tendría que conocer el paso del caminante antes de estimar la duración de su peregrinaje”.
7. “Mi mejor terapia es hablar con mi amigo/amiga”
En sus consideraciones técnicas, Freud deja en claro su postura respecto del método psicoanalítico y aquello que lo diferencia de cualquier práctica sugestiva. Sería tentador, dice, mostrarnos ante el paciente y poner en juego mucho de nuestra individualidad, con la finalidad de “entrar en confianza” con él y acceder fácilmente a sus secretos mejor guardados. Sin embargo, la experiencia no confirma la bondad de esta técnica afectiva. “El médico no debe ser transparente para el analizado, sino, como la luna de un espejo, mostrar sólo lo que le es mostrado”. La necesidad de la asimetría en el trabajo terapéutico, sostenida por los elementos que componen el encuadre–pago de honorarios, frecuencia prefijada de las sesiones, etc.- nos garantiza que lo que sucede entre paciente y analista vaya más allá de una mera conversación entre dos sujetos. Recuérdese que lo que buscamos mediante el método psicoanalítico no es promover un alivio mediante catarsis o la reeducación del sujeto hacia conductas supuestamente más saludables, sino la tramitación duradera de una exigencia pulsional y su admisión dentro de la armonía del yo, hecho del cual se desprende una profunda alteración en la posición subjetiva.
8.“Yo asisto a terapia para tratar DETERMINADAS cuestiones bien específicas y nada más”
A través de este particular requerimiento, tan típico de la vida actual, se aplica sobre el analista un hecho cultural que es muy visible en otras áreas del saber y hacer humanos: el enaltecimiento de lo especializado por sobre lo general. Asimismo, se percibe en este prejucio un cabal desconocimiento de las interacciones recíprocas que regulan el funcionamiento de ciertos fenómenos complejos, como lo es el alma humana. Freud nos presenta, en relación con este asunto, una divertida metáfora: “El más potente de los hombres puede, sí, concebir un hijo completo, mas no puede engendrar en el organismo femenino una cabeza sola, un brazo o una pierna; ni siquiera puede ordenar el sexo del niño. Es que él sólo inicia un proceso en extremo enmarañado y determinado por antiguos sucesos, que termina con la separación del hijo respecto de la madre. También la neurosis de un ser humano posee los caracteres de un organismo; sus fenómenos parciales no son independientes unos de otros, pues se condicionan y suelen apoyarse recíprocamente”.
9. “Yo me conozco, soy inteligente y soy capaz de resolver mis problemas por mi cuenta: no necesito de nadie más”
Sabemos que la tercera herida narcisística que Freud inflige a la humanidad tiene ver con la desigualación de las categorías de anímico y consciente y con el establecimiento de que los procesos anímicos son, en sí, inconscientes, hecho que determina que “el yo no es amo en su propia casa”. Nietzsche había anticipado esta idea en su Genealogía de la moral al afirmar que: “de nadie estamos más lejos que de nosotros mismos”. A nuestro narcisismo, embriagado de omnipotencia, le gustaría creer que “yo puedo” con todo. Vivimos en una sociedad que nos obliga a ser autosuficientes, que premia nuestra independencia y progresivo aislamiento. Muchos sueños culturales e idiosincrasias de países enteros se han edificado en torno a esta ilusión. Desde el “American Dream” de EEUU hasta el “Hombre macho que no debe llorar” de Carlos Gardel y los tangueros porteños. Pero el vínculo entre paciente y analista es un espacio para desmitificar el supuesto valor de la individualidad así como el empuje irrefrenable del yo hacia el “todo” inflado, no castrado al que apuntan los ideales del mercado. En 213 Ocurrencias… de Jean Allouch, un paciente expresa del siguiente modo el resultado de su análisis con J. Lacan: “Pude al fin experimentar la dicha de ser vulnerable”.
10. “Si voy al psicólogo es para que me resuelva los problemas y me diga qué hacer… ¡para algo le pago!”
En relación con este malentendido, quizás sea oportuno parafrasear el célebre discurso de 1961 en el cual John F. Kenneddy, presidente electo de EEUU le dice a la multitud que lo vitoreaba: –“no te preguntes qué puede hacer tu país por ti; pregúntate qué puedes hacer tú por tu país”. Así pues, deberíamos admitir que, por regla general, el psicoanálisis no puede hacer por el paciente nada que éste no esté dispuesto a hacer por sí mismo. El proceso analítico supone un trabajo activo y cooperativo de parte de analista y analizante, quienes se esfuerzan juntos en pos de un objetivo común. El hecho de que el paciente sea quien paga los honorarios al analista no lo exime de la responsabilidad sobre su vida y su salud, que es, en definitiva, de lo que se trata en un análisis. El lugar y la función del psicoanalista son vitales, pero “el motor más directo de la terapia es el padecer del paciente y el deseo, que ahí se engendra, de sanar”. Es el paciente quien ha consultado y quien sabe (aunque ignore que lo sabe) los motivos últimos que lo llevaron a enfermar.
BONUS: “El psicoanálisis no está validado científicamente y no tiene vigencia en la actualidad”
A pesar de suponer un camino arduo y laborioso; a pesar de requerir no pocos esfuerzos de parte de los agentes implicados; a pesar de no presentar efectos curativos mágicos o inmediatos y a pesar de ser costoso en términos económicos… (¿o deberíamos decir a raíz de todos estos factores?) Freud expresa en 1904 que “el método analítico de psicoterapia es el de más penetrantes efectos, el que permite avanzar más lejos…aquel por el cual se consigue la modificación más amplia del enfermo. Es el más interesante, el único que nos enseña algo acerca de la génesis y de la trama de los fenómenos patológicos. A raíz de las intelecciones sobre el mecanismo de las enfermedades anímicas a que nos da acceso, quizá sea el único capaz de superarse a sí mismo y de señalarnos el camino hacia otras variedades de influjo terapéutico”.