PRINCIPIOS Y VALORES INSTITUCIONALES

Consideraciones
adicionales

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Habiendo establecido lo central de nuestra exposición, cabe detenernos ahora en algunas consideraciones adicionales respecto de la referencia bibliográfica antes citada. En su artículo Sobre psicoterapia, publicado en 1905, Freud se sirve de una sugerente analogía para ilustrar la diferencia entre el método psicoanalítico y el sugestivo, del cual en algún momento hizo uso. Para ello, toma como referencia una observación que realiza Leonardo acerca de la diferencia entre las artes pictóricas, que operan “per via di porre”, esto es, añadiendo elementos donde antes no había nada y artes como la escultura que se llevan a cabo “per via di levare”, es decir, retirando o extrayendo lo que sobra a fin de dar forma a una figura que ya se encuentra contenida –en estado latente- en el material original.

Mediante esta metáfora, Freud procura transmitir una divergencia grávida de consecuencias clínicas: la que existe entre “descomponer” los conflictos que impiden a una persona hacer su camino en salud y la actitud de intentar educar al paciente, indicándole cuál es la mejor manera de vivir. “La terapia analítica no quiere agregar ni introducir nada nuevo, sino restar, retirar, y con ese fin se preocupa por la génesis de los síntomas patológicos y la trama psíquica de la idea patógena, cuya eliminación se propone como meta”. 

Si la frontera entre la transferencia (un fenómeno que, para que haya análisis, es necesario que ocurra) y la sugestión (que lo obstaculiza) no es algo que se aprenda de una vez y para siempre sino una distinción a la que todo psicoanalista, el principiante y el experto, deben “retornar” de manera permanente, esta línea demarcatoria se vuelve aún más difusa en lo concerniente a las tareas y actividades ligadas con la formación del psicoanalista, en las cuales la pedagogía sí ocupa un lugar. 

Freud estaba al corriente de que el dogmatismo y la sugestionabilidad constituyen tendencias inconscientes, complementarias e irreductibles en el ser humano, quizás como el remanente de un Complejo de Edipo que, lejos de haber sido “superado”, se ha “ido al fundamento” y ejerce su influencia desde las sombras. 

Sabía, asimismo, que en la historia de la humanidad todo autoritarismo se ha erigido como tal arrogándose el derecho de hablar en nombre de la verdad. En relación con esto, Nietzsche decía: “La verdad está aquí. Estas palabras, donde quiera que sean pronunciadas, significan: el sacerdote miente.” Por último, estaba al corriente de que, como lo expresa el poeta Antonio Porchia en una de sus memorables Voces, “Quien dice la verdad, casi no dice nada”.

Freud era, fundamentalmente, un hombre de ciencia. Como queda expresado en la referencia citada, más que la gratificación egoísta por comunicar al mundo una verdad definitiva, le interesaba la transmisión de un método eficaz y válido para recolectar “verdades” siempre provisorias, siempre en tela de juicio, pero que permitieran echar algo de luz sobre los insondables misterios del alma humana. Su interés era el de mantener el psicoanálisis vivo, más allá de que estos hallazgos pusieran, eventualmente, en entredicho alguna de las conclusiones a las que él había arribado. El poeta Antonio Machado describe de manera precisa esta actitud de Freud:

Hay dos modos de conciencia:
una es luz, y otra, paciencia.
Una estriba en alumbrar
un poquito el hondo mar;
otra, en hacer penitencia
con caña o red, y esperar
el pez, como pescador.
Dime tú: ¿Cuál es mejor?
¿Conciencia de visionario
que mira en el hondo acuario
peces vivos,
fugitivos,
que no se pueden pescar,
o esa maldita faena
de ir arrojando a la arena,
muertos, los peces del mar?

Freud estaba lo suficientemente al tanto de la ubicuidad y la perennidad de estos fenómenos humanos como para saber que, tarde o temprano, terminarían por tener su incidencia también en el funcionamiento de las instituciones psicoanalíticas. ¿Por qué iba a ser de otra manera? Después de todo, el instinto gregario es un hecho humano: las personas tendemos a unirnos, a formar grupos, y ¿por qué las instituciones y asociaciones psicoanalíticas habrían de constituir una excepción a las problemáticas que en otros grupos humanos se plantean en torno al poder y la ambición? ¿Acaso alguien, por el hecho de ejercer el psicoanálisis como profesión, deja de tener inconsciente? La psicoanalista británica Margaret Little nos ofrece, en este sentido, una intelección precisa: “El análisis en profundidad del analista ―remedio siempre citado al hablar sobre las dificultades de contratransferencia― puede, en el mejor de los casos, ser incompleto, pues la tendencia a desarrollar contratransferencias inconscientes infantiles nunca falta.”

Freud le hizo saber a Smiley Blanton, un paciente al que atendió durante sus últimos años de vida, que “eso de ser el padre” era un compromiso que no le hacía demasiada gracia, a la vez que sentía que disminuía enormemente su rendimiento profesional. Aun así, él hizo –digámoslo así- el “sacrificio” para ahorrar al máximo nivel posible las iniciativas “parricidas” que, según él podía anticipar, florecerían por doquier, entorpeciendo la labor teórica e investigativa que era el centro de su interés.

En vista de lo antedicho, el Centro de Estudios Freudianos, sin dejar de reconocer a otros varios autores que han hecho al psicoanálisis numerosos aportes de incuestionable valía y haciendo uso de tales aportes, centra su foco en la obra de Freud. Ello con la expectativa de que, una vez comprendidos los fundamentos rectores que el creador del psicoanálisis estableció para el funcionamiento del alma humana a nivel teórico, investigativo y clínico, cada persona (atendiendo a sus inquietudes e intereses particulares, a la singularidad de su historia personal y a su recorrido académico) pueda adentrarse y profundizar en las líneas, corrientes y escuelas teóricas que, respetando estos principios básicos, sienta que mejor lo representan. 

Nos hemos propuesto como institución el objetivo de que la lectura sistemática de Freud sea una tarea lo más amena, asequible, plural y democrática posible, sin perder con ello el rigor teórico y metodológico que la complejidad de la temática requiere. Nuestra apuesta implícita es que toda persona inteligente y valiosa que se sienta inclinada a interiorizarse sobre los hechos y teorías referidos por Freud, pueda disponer de la oportunidad de hacerlo. Lo mismo que le ocurre a una persona, le ocurre a una disciplina: si se encierra en sí misma, no crece. Parafraseando entonces al polifacético médico catalán Letamendi y Manjarrés, decimos que “quien sólo sabe psicoanálisis, ni psicoanálisis sabe” y que cualquier campo del saber que tenga como fin evolucionar y expandirse, debe estar dispuesto a abrevar en otras áreas del conocimiento humano.

Vivimos en una época que se acerca de manera aterradora a la “Edad de Oro” descripta por Freud en El Porvenir de una Ilusión. Una época en la que el hombre se acerca definitivamente a la divinidad a partir del uso de internet, las nuevas tecnologías y los dispositivos móviles que, mediante una serie de algoritmos automatizados, son capaces de calcular con precisión exacta nuestros deseos, necesidades, inquietudes, interrogantes (todo cuanto hasta ahora nos resultaba desconocido o enigmático sobre nosotros mismos) y satisfacerlos. No obstante ello, el malestar en la cultura no sólo persiste sino que se agrava día a día: vivimos cada vez más aislados, más desolados y enemistados entre nosotros y para con nosotros mismos. 

El psicoanálisis ha sido, desde la primera hora, una práctica destinada a rectificar la vida del hombre. Lo ha conseguido a partir de reparar (partiendo del vínculo entre dos desconocidos que, por el amor y la dedicación a una tarea común, deviene significativo) aquellos componentes de los vínculos que a nivel intrapsíquico se encuentran dañados en la vida de una persona, perjudicando su salud. Esto, bajo la premisa de que vivir “en guerra” con uno mismo y con quienes a uno más le importan -hecho que caracteriza el “sufrimiento neurótico”- empobrece innecesariamente la vida y la vuelve ruin. Sobre esta misma base se apoya la necesidad y vigencia del psicoanálisis en la actualidad así como su aporte: el inconsciente, esa frágil y tenue –aunque persistente y quizás inextinguible- luz de esperanza que puede brindarle a la humanidad.