Carácter y destino

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Hablar del carácter y el destino nos introduce en un tema enorme y complejo respecto del cual mucho se ha escrito: la libertad y la determinación.

Ciertas ideologías orientadas al yo y su autonomía, vinculadas fuertemente con el espíritu capitalista (el “sueño americano” es el ejemplo más claro de esto) apuestan a la realización individual ignorando, mediante el mito del éxito todo lo que hay en ellas de de negación de los afectos y de reivindicación maníaca.

El autor y director de estas dramáticas gestas heroicas no es otro que el superyó tiránico que, habiéndose procurado el disfraz de la vida ideal o la vida modelo, encuentra un resarcimiento narcisista en la envidia que se despierta en los demás y en el supuesto “triunfo” sobre un destino a priori desgraciado, solitario o pobre.

No es poco habitual que la supuesta “independencia” del yo devenga, en este contexto, un terreno fértil para que proliferen “malas hierbas” como la insatisfacción, el desapego emocional, el desasosiego entre otras variantes de la enfermedad del cuerpo y el alma.

En Hollywood hay una colección de films (“The Game” es el primero que se me viene a la mente, pero hay una extensa lista de ellos) dedicados a mostrarnos que, tal como plantea el Evangelio de Mateo, “no solo de pan vive el hombre” y que no hay nada más esclavizante que el sueño de ser libre, autónomo y autosuficiente.

“¡TÚ Y NADIE MÁS QUE TÚ TE HACES TU PROPIO DESTINO!”, dicen, con ese tono enfático y “self-assured” que tanto cautiva a muchos americanos. Nosotros, en tanto somos pluralistas, escucharemos lo que tienen para decir al respecto algunos grandes intérpretes de la cultura.

  • Lacan dice: – ¿Libertad? Esa palabra me hace reír.
  • Nietzsche dice que “la libertad es el sueño de un presidiario”.
  • Porchia establece, en una de sus voces, esta aparente paradoja “Las cadenas que más nos encadenan son las que hemos roto”.

Quino se ríe, para no llorar, de la tragedia del hombrecito de traje que llama a su esposa Matilde para contarle, emocionado, que a partir de ese momento todas las decisiones dependen sólo de él y de nadie más.

Freud nos habla del síntoma y la compulsión a la repetición que, comandados por los deseos reprimidos, expulsados de la conciencia, restringen de manera casi total el campo de acción de un sujeto constriñéndolo a una determinación inconsciente que lo aprisiona.

Advertidos, pues, de nuestra sujeción a una determinación implacable e irrenunciable, pareciera que nos restan dos alternativas:

Entregarnos melancólicamente y de manera resignada a lo que ya se encuentra escrito para nosotros y “esperar”, en el mal sentido de la palabra, como quien en un barco abandona el timón y se va al garete…

Otra opción (muy de moda en la actualidad) es la de enfrentar, paranoicamente, al supuesto enemigo malintencionado detrás de este guion trágico, “desigual”, que se me ha impuesto de manera injusta y sin mi consentimiento: llámese orden patriarcal, alimentación omnívora u orden capitalista.

¿Quieren un amo? ¡Lo tendrán! Les expresaba con su habitual ironía Lacan a los supuestos revolucionarios que irrumpían en su Seminario durante el Mayo Francés, absolutamente convencidos de que con ello estaban derribando el orden social imperante.

La lucha -que es cruel y es mucha como afirma el tango “Uno”– adquiere, de este modo, tintes de un sentido trascendente y el sacrificio se santifica cuando la entrega de la propia vida se hace en nombre de una causa “noble” que promete detrás, el paraíso soñado.

La igualdad (social, económica, a nivel de los sexos), el fin de las injusticias, las calamidades y de todo indicio de un mal en el hombre, devienen ideales que justifican cualquier clase de aberración.

Entonces, ya nos ha señalado tres callejones sin salida: el de la autoafirmación individual que niega toda dependencia, el de la resignación melancólica que, desconociendo su protagonismo, se entrega a una amarga espera y por último el del combativo que, alineado detrás de un ideal, está presto a direccionar su maldad de una manera que juzga constructiva llegando a los extremos de robar, matar o destruir en aras de un bien supuesto o imaginado. ¿Cuál es, pues, EL CAMINO?

En relación con esta pregunta, que uno podría señalar que se trata de una pregunta neurótica por excelencia –es la pregunta que le formula Alicia al gato rizón– me parece que lo más sensato que alguien haya dicho sobre esto, está en la instauración por parte de Freud, de la regla psicoanalítica fundamental: hable, lo escucho. Tengo que saber mucho sobre Usted antes de poder decirle algo…

Hay otros ejemplos en la cultura popular que van en la misma dirección.

– La propia respuesta del gato risón a Alicia: “- Eso depende: ¿Hacia dónde quieres ir tú?”

La afirmación de Machado en su poema: “- Caminante no hay camino, se hace camino al andar…”.

– Bob Dylan, por su parte, nos dice que “- La respuesta está soplando en el viento”

Por último, Andrés Calamaro expresa: “- Habrá que desenvainar las espadas del texto y escribir una canción aunque no haya algún pretexto…”

Ninguno de ellos responde la pregunta. Todos la dejan abierta. Es lo que la histeria -gracias a que Freud quiso escuchar y nos mostró el camino para hacerlo- nos enseñó acerca del deseo. ¿Por qué éste “-Hable, lo escucho” es, si no el “santo remedio”, al menos mejor que hemos encontrado hasta ahora? ¿Qué cosas aprendemos, descubrimos, perdemos al hablarle a un otro que signifique algo para nosotros?

Tales preguntas serán objeto de un análisis futuro. Sólo a modo introductorio planteo dos puntos:

En primer lugar: El término “educar”, etimológicamente, remite a criar, nutrir, vale decir “dotar de conocimientos” en un proceso desde fuera hacia adentro. Ahora bien, si atendemos a la raíz Educere -también exducere- significa extraer de dentro hacia fuera, e implica incitar y guiar al discente hacia su realización. Es decir que lo más importante que tenemos para aprender, está en nosotros mismos.

En segundo lugar, la esperanza no es sólo “sentarse a esperar”, como los protagonistas de la obra de Beckett esperan a Godot. Como la fantasía y la ilusión, tiene también una función benévola, ligada con la sublimación, con el ingenio y el arte.

Tengamos presente, en este sentido, que en 1924 Freud publica dos artículos referidos al tema complejo y apasionante que constituye la distinción entre Neurosis y Psicosis. En el segundo de ellos hace esta aventurada y -a mi entender- poco analizada sentencia: “llamamos normal o “sana” a una conducta que aúna determinados rasgos de ambas reacciones: que, como la neurosis, no desmiente la realidad pero, como la psicosis, se empeña en modificarla”.

En otras palabras, las fantasías no sólo nos sirven para mentirnos a nosotros mismos cuando la realidad se nos torna insoportable, sino también para crear esos “mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón”, de los que habla Machado y que canta Serrat.

Guillermo Miatello – Psicoanalista.

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